Por Ramón Ceballo
Un día 10 de mayo de 1998, partió a la eternidad, el doctor José Francisco Peña Gómez, uno de los forjadores de la democracia política que todavía intentan consolidar los buenos y verdaderos dominicanos. Peña Gómez, fue ejemplo de superación personal, solidaridad humana y mártir político. Sin abolengo ni apellidos ostentosos, Peña Gómez pudo vencer despiadadas formas de discriminación y ascender a los más altos peldaños políticos tanto nacional como internacionalmente.
El líder del Partido Revolucionario Dominicano, en su más cruenta batalla, la que libró contra el cáncer, sucumbió el 10 de mayo de 1998. La obra política de Peña Gómez es aún sometida a escrutinio por partidarios y detractores, pero con toda seguridad, cuando pase el torrente de pasiones, su nombre seguirá en el parnaso de la historia. Al conmemorarse el Séptimo aniversario de la muerte de Peña Gómez, se revalida la exhortación para que las nuevas generaciones ejerzan la actividad política con elevado sentido de patriotismo, decoro, honestidad y humildad.
Atrás divisiones éticas y morales de la sociedad, al olvido y al zafacón los afanes de pautar conductas. Dos de los grandes triunfos logrados por el doctor Peña Gómez antes de su muerte, fue la derrota demoledora que le propinó al doctor Joaquín Balaguer al acortarle el período de gobierno y al desenmascarar el peledeísmo fariseo, que desde antes de llegar al poder comenzó a soltar prendas como una prostituta en venta.
Peña Gómez era un político que dada su estatura e influencia en la sociedad dominicana, marcaba el devenir con sus actos, y en sus discursos el rumbo por el cual debía encaminarse la nación.
No será fácil para los jóvenes dirigentes del PRD y de las demás expresiones políticas de la nación, asumir el relevo de un liderazgo como el que encarnó Peña Gómez, quien ejerció esa actividad como una sublime manera de servir a los demás.
Peña Gómez fue gran conductor de masas, excelso tribuno y fino estratega político, pero también se le recuerda como conciliador, al punto que antes de morir tuvo tiempo para perdonar a sus verdugos. Esperamos que los malos hijos que se cobijaron sobre su sombra no continúen transitando el camino que los condujo a pisotear los principios por los que él tanto luchó.
Un gran corazón dejó de latir. Memoria eterna al compañero Peña.