Por Ramon Ceballo
En el Partido Revolucionario Dominicano, por muchos años hemos esperado que se pongan de acuerdo los de arriba, y los de arriba tienen intereses determinados, a veces ellos se consideran que son la expresión del partido y de la sociedad dominicana.
Este es el tiempo de cambiar ese concepto, es el momento que las bases discutan y emitan su mandato y que sea la decisión de arriba la interpretación de los intereses des el Partido Revolucionario Dominicano.
La institucionalidad en el PRD se ha perdido, convenciones que ha hecho el partido no han tenido visos de legitimidad. Los corruptos buscan la forma de reciclarse y ganar espacio haciendo de la impunidad un estilo de vida que les permita disfrutar de los bienes adquiridos.
Hay compañeros que creen que este partido lo pueden manejar por las habilidades de algunos, las maniobras de otros y no con el consentimiento de sus dirigentes y de su militancia.
En el PRD hace falta dirigentes coherentes que no falten a su palabra. Es tiempo de dejar a un lado aquellos dirigentes que se pasan todo el tiempo diciendo una cosa, pero al final hacen otra.
Es hora de abrir las puertas de la pluralidad, que da voz a los militantes y simpatizantes que nunca la han tenido.
Hay que luchar para democratizar el partido y permitir que sus fuerzas se unan en torno a objetivos políticos colectivos, no individuales como hasta ahora ha sucedido, para jugar un papel de oposición seria, constructiva, y responsable, pero sin vacilaciones.
Para lograr que el partido cumpla con esos objetivos es necesario un nuevo tipo de dirigente, l pueblo pues la mayoría de los que hay han perdido la confianza de las bases y peor aun del pueblo dominicano.
Hace falta un liderazgo, una fuerza política, una fuerza moral que genere confianza en las bases del partido y en la población, en sentido general, para iniciar el camino que conduzca al perredeísmo nuevamente al Palacio Nacional en un tiempo no muy lejano.
La población necesita creer en alguien. Necesita nuevos líderes. La gente, con sobrada razón, ha perdido la fe en los partidos políticos y sobre todo en sus líderes tradicionales.