Por Doctor Ramón Ceballo
Los traumas psicológicos no siempre
dejan cicatrices visibles, pero sus huellas permanecen grabadas en la mente y
en el cuerpo de quienes los padecen. El término psicotrauma hace referencia al impacto emocional y cognitivo que
experimenta una persona tras vivir una situación altamente estresante, dolorosa
o violenta.
Accidentes, guerras, desastres naturales, abuso físico o sexual, violencia intrafamiliar, pérdidas repentinas o incluso situaciones de humillación constante pueden desencadenarlos.
Un psicotrauma no es un simple
recuerdo negativo. Se trata de una experiencia que rebasa la capacidad de la
persona para procesar y asimilar lo ocurrido, generando una especie de
"corte emocional" que no cicatriza con facilidad. Esto puede provocar
síntomas como ansiedad crónica, pesadillas, conductas de evitación,
desconfianza generalizada, depresión y, en casos graves, trastorno de estrés postraumático (TEPT).
La ciencia ha demostrado que las
experiencias traumáticas alteran el funcionamiento cerebral. La amígdala, el
hipocampo y la corteza prefrontal —áreas responsables de procesar emociones y
memoria— sufren cambios estructurales cuando el trauma es recurrente o intenso.
De ahí que las víctimas no puedan “simplemente olvidar” lo sucedido.
Los psicotraumas afectan todas las
dimensiones de la vida:
- En la infancia, frenan el desarrollo
cognitivo y emocional, incrementando la probabilidad de bajo rendimiento
escolar y conductas de riesgo en la adolescencia.
- En la adultez, generan dificultades para
establecer relaciones sanas, reducen la productividad laboral y aumentan
el riesgo de abuso de alcohol, drogas o conductas violentas.
- En lo social, la suma de traumas
individuales no tratados alimenta círculos de violencia, exclusión y
pobreza.
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2019)
estimó que más del 70 % de los adultos ha vivido al menos un evento traumático
en su vida, y que un 30 % desarrollará un trastorno mental asociado. En países
con altos niveles de violencia, pobreza o catástrofes recurrentes, estas cifras
son aún mayores.
Uno de los mayores problemas es la subestimación del trauma. En
sociedades donde se normalizan la violencia y el sufrimiento, las víctimas
suelen ser vistas como "débiles" si buscan ayuda. Este estigma
perpetúa el silencio y retrasa el tratamiento, agravando las consecuencias
psicológicas y físicas.
El trauma no tratado no solo enferma
a la mente: múltiples investigaciones han demostrado que aumenta la
probabilidad de enfermedades cardiovasculares, trastornos metabólicos y
debilitamiento del sistema inmunológico. Es decir, el cuerpo también paga el
precio.
La atención a los psicotraumas debe
ser multidisciplinaria;
psicología clínica, psiquiatría, trabajo social y acompañamiento comunitario.
El tratamiento puede incluir terapia cognitivo-conductual, terapias de
exposición, psicofármacos en casos específicos, y sobre todo, entornos seguros
donde la persona sienta validación y apoyo.
Invertir en salud mental no es un
lujo, es una necesidad. Un país que no reconoce ni atiende el trauma de sus
ciudadanos está condenado a reproducir generaciones enteras atrapadas en el
dolor, la violencia y la frustración.
