Por Doctor Ramón Ceballo
La masculinidad no es una categoría
fija ni un rasgo biológico inmutable; es una construcción social que se moldea
a través de comportamientos, roles y expectativas que varían entre culturas,
épocas y contextos.
Desde temprana edad, los hombres aprenden, a través de la socialización, lo que “se espera” de ellos, influenciados por la familia, la escuela, los medios de comunicación y el entorno cultural.
Históricamente, la masculinidad
tradicional ha promovido un único modelo de ser hombre, fuerte, seguro,
decidido, exitoso y, sobre todo, emocionalmente imperturbable. Este patrón ha
llevado a que muchos hombres repriman sus emociones, eviten mostrar
vulnerabilidad y midan su valor únicamente a través del poder, el éxito
económico o la dominación.
En contraposición, surgen conceptos
como la masculinidad saludable o la masculinidad positiva, que
promueven la libertad de los hombres para expresar su individualidad, sus
emociones, sin miedo al juicio social.
Este enfoque impulsa valores como la
empatía, la cooperación, la expresión emocional y el respeto por la igualdad de
género, entendiendo que la fortaleza también puede manifestarse en la capacidad
de cuidar, escuchar y construir relaciones basadas en el respeto mutuo.
Para que la transición hacia una
masculinidad positiva y saludable sea real y sostenible, es fundamental
implementar programas educativos que aborden este cambio desde la infancia.
Las escuelas, como espacios de
socialización primaria fuera del hogar, son el escenario ideal para cuestionar
estereotipos de género y promover valores como la empatía, la
corresponsabilidad y el respeto mutuo.
Un programa bien diseñado podría
incluir talleres interactivos, formación docente, actividades de reflexión y
campañas que visibilicen diversas formas de ser hombre, alejadas del machismo y
la violencia.
Al iniciar este proceso en edades
tempranas, no solo se siembran las bases de una nueva cultura masculina, sino
que también se previene la reproducción de patrones que han limitado el
bienestar emocional y la igualdad social durante generaciones.
Además, es importante reconocer la diversidad
de masculinidades. No existe una sola forma de ser hombre, y aceptar esta
pluralidad es un paso clave para combatir el machismo y sus consecuencias, que
van desde la violencia de género hasta problemas de salud mental en los propios
hombres. Reconocer masculinidades igualitarias es abrir la puerta a un modelo
más justo, en el que todos puedan desarrollarse plenamente sin cargas de
estereotipos.
La
discusión sobre la masculinidad ya no es opcional, es una urgencia social. El
suicidio es la principal causa de muerte en hombres menores de 50 años. Según
la Organización Mundial de la Salud (OMS), anualmente mueren por suicidio alrededor
de 727
000 personas en todo el mundo.
Más
de la mitad de esos suicidios (aproximadamente un 56 %)
ocurren en personas menores de 50 años, lo que refuerza la gravedad de esta
forma de muerte en edades jóvenes y adultas tempranas., y una de las razones
más señaladas es la presión cultural que les obliga a callar su dolor, a
“aguantarse” y a no pedir ayuda.
No
se trata de “debilitar” a los hombres, sino de liberarles de un molde que les
ha exigido dureza a costa de su salud emocional, de sus vínculos y, muchas
veces, de sus vidas.
Una masculinidad positiva no solo previene la violencia y fomenta la igualdad, sino que también abre el camino para que hombres y mujeres vivan con más libertad y menos miedo.
La pregunta no es si debemos iniciar este cambio, sino cuánto
tiempo más podemos permitirnos esperar antes de perder más vidas y
oportunidades...