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domingo, 31 de agosto de 2025

Alternativas a la prisión preventiva en República Dominicana

Por Doctor Ramón Ceballo

La situación penitenciaria en la República Dominicana sigue siendo un reflejo brutal del fracaso del Estado en garantizar derechos humanos básicos. Con 41 centros de privación de libertad, 19 bajo el modelo tradicional y 22 del llamado “nuevo modelo”, el país enfrenta un hacinamiento del 157 %, una cifra que no solo desborda la capacidad instalada, sino que coloca a las cárceles en un estado de colapso estructural.

Este panorama obliga a repensar con urgencia el uso indiscriminado de la prisión preventiva, medida que afecta a más del 60 % de la población reclusa y convierte las cárceles en depósitos humanos donde se castiga sin condena.

La sobrepoblación penitenciaria no es únicamente un problema logístico; es un síntoma de un sistema de justicia que, en lugar de garantizar derechos, los vulnera. Mantener a miles de ciudadanos tras las rejas sin sentencia definitiva no solo incrementa la presión sobre los recintos penitenciarios, sino que reproduce un ciclo de exclusión, violencia y estigmatización social.

En este contexto, explorar alternativas como los brazaletes electrónicos y otras medidas de control no privativas de libertad deja de ser un recurso opcional para convertirse en una necesidad inaplazable. Se trata de descongestionar cárceles colapsadas, pero también de garantizar que la justicia no se confunda con venganza anticipada ni con la violación sistemática de derechos fundamentales.

De las 24,671 personas privadas de libertad en las cárceles dominicanas, más de 15,276 se encuentran en prisión preventiva, es decir, privadas de libertad sin una sentencia definitiva. Esto significa que seis de cada diez reclusos aún no han sido declarados culpables, pero sufren condiciones infrahumanas en espacios sobrepoblados, violentos y sin acceso a programas de reinserción.

Este abuso de la prisión preventiva refleja un poder judicial lento, ineficiente y punitivo, que ha convertido esta medida excepcional en la regla general.

En lugar de seguir invirtiendo en cárceles inhumanas, la implementación masiva de brazaletes electrónicos permitiría dar seguimiento y control a procesados en espera de juicio. Esta herramienta ya ha demostrado ser eficaz en otros países de la región, donde ha reducido el hacinamiento sin debilitar la seguridad ciudadana. Además, resulta mucho más económica: el costo de mantener un reo en prisión es significativamente mayor que el de un monitoreo electrónico.

El país mantiene dos modelos penitenciarios paralelos, el tradicional, plagado de corrupción, violencia y abandono, y el “nuevo modelo”, con algunas mejoras pero incapaz de responder al colapso generalizado.

La coexistencia de ambos sistemas revela la falta de voluntad política para transformar de raíz el sistema penitenciario. Ningún modelo es sostenible si se sigue encarcelando a miles de personas de manera preventiva, sin una condena firme y sin explorar alternativas jurídicas.

No se trata de impunidad ni de “flexibilizar” la justicia. Se trata de reconocer que el hacinamiento carcelario es también una violación a los derechos humanos. Personas privadas de libertad en condiciones indignas no reciben justicia; son víctimas de un Estado que los invisibiliza. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha advertido en múltiples ocasiones que la prisión preventiva debe ser excepcional, nunca la regla.

La crisis carcelaria dominicana exige medidas inmediatas:

  1. Revisión judicial de todos los casos en prisión preventiva para evitar detenciones prolongadas injustificadas.
  2. Ampliación del uso de brazaletes electrónicos como medida cautelar.
  3. Tribunales especializados y más ágiles para acelerar los procesos penales.
  4. Programas de justicia restaurativa que permitan a los procesados reparar el daño sin necesidad de un encarcelamiento prolongado.
  5. Reforma integral del Ministerio Público y el Poder Judicial, que priorice derechos humanos y eficacia procesal.