Por el Doctor Ramón Ceballo
Tel Aviv vivió una de las mayores movilizaciones
sociales de los últimos tiempos, cuando cientos de miles de personas salieron a
las calles para exigir el fin de la invasión a Gaza y un acuerdo inmediato que
permita la liberación de los rehenes.
El Foro de las Familias de Rehenes estimó que solo en la llamada Plaza de los Rehenes se concentraron unas 350.000 personas, en una jornada marcada por pancartas con los rostros de los cautivos y consignas como “el legado de Trump colapsa mientras continúe la guerra en Gaza”.
Actualmente, se calcula que más de un centenar de rehenes permanecen en
Gaza, muchos de ellos en condiciones inciertas, mientras familiares denuncian
la falta de voluntad política para lograr su liberación.
Los manifestantes reclamaron directamente al
presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que intervenga para asegurar el
regreso de los rehenes antes de autorizar la expansión de la ofensiva militar
israelí en territorio palestino.
La protesta no surgió de manera aislada. Estuvo
precedida por manifestaciones de militares, exmilitares y líderes judíos,
quienes han condenado la prolongada invasión a Gaza y advertido sobre el costo
humano y político de continuar la guerra.
La movilización también reflejó un amplio rechazo a la
política internacional del primer ministro Benjamín Netanyahu, a quien acusan
de priorizar la ocupación territorial sobre la negociación de paz. Además de la
concentración, el país vivió huelgas en sectores clave como el comercio y el
transporte, lo que amplificó el impacto de la protesta.
Para muchos, la negativa de las autoridades israelíes
a negociar de forma directa la liberación de los rehenes evidencia que “los
promotores del genocidio solo buscan ampliar la ocupación del territorio
palestino”.
Netanyahu respondió con duras críticas hacia los
manifestantes, acusándolos de debilitar la posición del gobierno en plena
ofensiva. Sin embargo, la magnitud de la protesta demuestra que la sociedad
israelí se encuentra profundamente dividida y que el clamor por la paz, la vida
de los rehenes y el fin de la guerra en Gaza crece cada día con más fuerza.
Es necesario subrayar que quienes critican y se
movilizan no son antisemitas ni terroristas, sino ciudadanos judíos, muchos de
ellos familiares directos de rehenes y otros tantos veteranos de guerra.
Reducir sus voces al silencio o calificarlos de “enemigos del Estado” no solo
es un error político, sino una manipulación que erosiona la democracia interna
israelí.
El reclamo de paz y de liberación de los cautivos nace
desde el propio corazón del pueblo judío, que se niega a que su dolor sea
utilizado como justificación para la perpetuación de la ocupación y la guerra.
Estas movilizaciones podrían marcar un punto de
inflexión en la política israelí e internacional. La presión de la ciudadanía,
sumada a la voz de militares retirados y líderes religiosos, no solo debilita
la narrativa de Netanyahu sino que también coloca a Estados Unidos, y en
particular a Donald Trump, frente a un dilema: respaldar sin condiciones la ofensiva
israelí o atender el clamor de cientos de miles de ciudadanos que exigen una
solución humanitaria.
En última instancia, la encrucijada israelí no solo
define la suerte de Gaza y de los rehenes, sino también el futuro moral de una
nación que debe decidir si seguirá el camino de la ocupación o el de la paz.
