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viernes, 3 de octubre de 2025

Barbecue: el rostro incómodo del nacionalismo haitiano


Por Doctor Ramón Ceballo

He dedicado tiempo a estudiar la situación de Haití, nación que hace 221 años se separó de Francia para convertirse en la primera república negra independiente del mundo. Desde entonces, ha tenido unos 55 presidentes, de los cuales 6 fueron asesinados y 23 derrocados por golpes de Estado.

Hoy, sin embargo, lo que encontramos es un Estado colapsado: sin instituciones sólidas, sin ejército y con una gobernabilidad prácticamente inexistente.

Haití arrastra una pesada herencia de miseria y abandono. Más del 60% de su población vive en pobreza extrema; millones dependen de la economía informal para subsistir, y casi la mitad de los hogares sufre inseguridad alimentaria.

A este drama se suma un territorio fragmentado, controlado por más de 30 bandas armadas que imponen su ley. Sin embargo, al analizar de cerca las dinámicas internas, se observa que no todas estas agrupaciones responden a los mismos intereses ni operan de manera uniforme.

El analfabetismo persiste en amplios sectores, la ausencia de un sistema de salud accesible condena a miles a morir por enfermedades tratables, y la corrupción, unida a la impunidad, ha convertido al Estado en un aparato de saqueo en vez de un garante de derechos.

En medio de este escenario de desesperanza, donde las élites políticas han fallado una y otra vez, han emergido figuras que, lejos de representar la institucionalidad formal, se erigen como portavoces del descontento popular.

El ascenso de Barbecue

Entre ellas destaca Jimmy Chérizier, conocido como Barbecue, ex policía y líder de la coalición armada G9. Su figura polariza: para unos es un criminal despiadado, para otros, un nacionalista que pretende rescatar a Haití de la ocupación extranjera y de la sumisión a intereses ajenos.

Barbecue no habla únicamente en nombre de su grupo armado. En sus discursos arremete contra las élites corruptas que por décadas han lucrado con la miseria del pueblo, denuncia la captura del Estado por intereses privados y acusa a sucesivos gobiernos de ser cómplices de potencias extranjeras que han convertido a Haití en un laboratorio de intervenciones fallidas.

Lejos de asumirse como un simple jefe pandillero, se define como un luchador por “otra sociedad”, una Haití independiente de tutelas externas, con instituciones propias, no subordinadas a la ONU ni a misiones internacionales. 

Esta narrativa conecta con la tradición nacionalista que recuerda la gesta de 1804, cuando la isla se liberó del colonialismo y desde entonces ha resistido ocupaciones y bloqueos.

Crimen y resistencia: una frontera difusa

Es innegable que la acción de Barbecue incluye violencia, intimidación y crímenes que afectan a la misma población que dice defender. Pero su retórica va más allá del control territorial o del saqueo de recursos.

A diferencia de otros jefes de bandas, Chérizier articula, aunque de forma rudimentaria, un proyecto político expulsar a los corruptos, romper la dependencia externa y refundar el país desde los barrios marginados.

Esa ambigüedad lo coloca en un terreno incómodo. Para muchos, es un delincuente que secuestra al Estado; para otros, un insurgente que desafía un orden injusto. Como ha ocurrido en distintos países, los movimientos armados con discursos nacionalistas suelen ser criminalizados por las élites, mientras que entre sus bases son reconocidos como luchadores por la dignidad nacional.

Nacionalismo haitiano en el siglo XXI

En el fondo, Barbecue ha sabido apropiarse de una narrativa histórica: Haití, la nación que rompió las cadenas de la esclavitud, no debe aceptar nuevas cadenas, ya sean la corrupción interna o la dependencia internacional. Su discurso nacionalista pretende legitimar una lucha que, aunque marcada por la violencia, busca darle voz a los excluidos.

Entre el bandido y el patriota

Jimmy Chérizier no es un pandillero cualquiera. Su figura, tan controvertida como disruptiva, representa el grito de un pueblo que no se resigna a la miseria ni a la tutela extranjera. Aunque sus métodos lo acercan al crimen organizado, su motivación trasciende esa lógica y se inscribe en una batalla mayor: la defensa de la soberanía haitiana.

Reducirlo únicamente a la etiqueta de “criminal” es ignorar el trasfondo nacionalista de su proyecto. Barbecue es, en esencia, un actor político armado que, con discursos de ruptura y acciones violentas, desafía la dominación de las élites y la injerencia extranjera. Su historia confirma que, en Haití, la frontera entre bandido y patriota siempre ha sido tan difusa como peligrosa.