Por Ramón Ceballo
José
Francisco Peña Gómez (1937–1998)
fue, sin duda, una de las figuras más trascendentes de la historia política
dominicana del siglo XX.
Hijo de la pobreza rural y ejemplo de superación, se convirtió en líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), alcalde del Distrito Nacional, candidato presidencial y una de las voces más influyentes del pensamiento socialdemócrata en América Latina.
Más allá de su carisma y oratoria,
Peña Gómez encarnó una visión de democracia que iba más allá de los partidos, una democracia participativa, descentralizada
y ciudadana, fundada en la organización del pueblo y la construcción de
poder desde abajo.
En la década de los ochenta, Peña
Gómez impulsó la creación y consolidación de las juntas de vecinos, como una forma de democratizar la gestión
pública y acercar la política a los sectores populares.
A través de estas organizaciones, los ciudadanos comenzaron a articular
demandas colectivas, gestionar servicios básicos y defender derechos locales.
Esa visión, inspirada en la doctrina
socialdemócrata y en los movimientos comunitarios europeos, permitió que la
participación dejara de ser un privilegio de las élites urbanas para
convertirse en un derecho cívico
universal.
Peña comprendió que sin organización barrial no hay democracia
sólida, y por eso las juntas de vecinos se transformaron en escuelas de
liderazgo social, donde muchos dominicanos aprendieron a deliberar, a exigir y
a construir ciudadanía.
Otro de los pilares de su
pensamiento fue la inclusión de la
mujer en la vida política y social. Peña Gómez promovió la creación de
las estructuras femeninas (Federación
de Mujeres Social Demócratas, Fedomusde) del PRD y alentó la
participación activa de las mujeres en la toma de decisiones.
En tiempos donde la política era un
territorio casi exclusivo de hombres, su visión fue revolucionaria. Reconocía
en las mujeres el motor de cambio
comunitario, las auténticas administradoras del bienestar social y la
base de las transformaciones democráticas.
De esa convicción surgieron líderes, dirigentes barriales, regidoras y
diputadas que marcaron un antes y un después en la historia política
dominicana.
Peña Gómez fue también uno de los
más fervientes defensores del poder
municipal. Creía firmemente que la
democracia se construye desde los ayuntamientos, donde la gente puede
ver de manera directa los resultados de su participación y sus impuestos.
Impulsó la autonomía y el fortalecimiento de los gobiernos locales,
convencido de que sin municipios fuertes no hay Estado moderno ni democracia
efectiva.
Para él, la municipalidad debía ser la columna
vertebral del desarrollo nacional, porque es en los territorios donde se
materializan las políticas públicas y se sienten los efectos reales del
progreso.
Su pensamiento se adelantó a su
tiempo: entendió que la descentralización y la planificación local eran
instrumentos para combatir la pobreza, la exclusión y la dependencia del poder
central. En ese sentido, fue precursor
del municipalismo moderno en República Dominicana.
Peña Gómez fue el artífice de la Junta Popular (Juntapo), una
estructura social y política concebida para articular las demandas del pueblo
más allá de las coyunturas electorales.
Este mecanismo permitió que los sectores populares se organizaran en torno a
causas comunes, servicios públicos, vivienda, empleo, derechos humanos, y que
la política dejara de ser un espectáculo de élites para convertirse en una herramienta de transformación social.
A través de la Junta Popular, Peña
consolidó el principio de que la
democracia no se hereda, se construye todos los días desde la base.
Esa idea anticipó lo que hoy se conoce como “democracia participativa”: un
modelo en el que la voz del ciudadano no se limita al voto, sino que se expresa
en la gestión de su propio destino colectivo.
Fue un demócrata integral, y la verdad es que el pensamiento de Peña Gómez siempre
se movió entre dos ejes: la justicia
social y la dignidad humana.
Defendió la educación, la igualdad y la solidaridad como fundamentos del
progreso nacional. Fue un convencido de que la democracia debía servir al pueblo y no servirse de él.
En los años más difíciles, cuando la
intolerancia y el autoritarismo marcaban la vida política, Peña mantuvo una fe
inquebrantable en el poder del voto, el diálogo y la organización.
Esa coherencia moral y política lo convirtió en una figura continental, un dominicano universal, admirado por
líderes y pueblos que vieron en él un símbolo de esperanza democrática.
Nos ha dejado un legado que aún esta vigente,
pues hoy, cuando la sociedad dominicana
enfrenta nuevos desafíos, desigualdad, corrupción, desconfianza institucional,
el pensamiento de Peña Gómez recobra una vigencia indiscutible.
Sus
enseñanzas nos recuerdan que la
democracia no se fortalece desde los palacios, sino desde los barrios; no en
las campañas, sino en la conciencia cívica del pueblo organizado.
La historia le reserva un lugar
especial no solo como líder político, sino como arquitecto del poder popular, del municipalismo y de la participación
ciudadana, impulsor de una democracia viva, participativa y solidaria.
José
Francisco Peña Gómez sembró en la República Dominicana la semilla de un pueblo
consciente de su poder, y de una democracia construida desde abajo hacia arriba.
Ese es, sin duda, su legado más grande.
