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lunes, 13 de octubre de 2025

Peña Gómez arquitecto del poder popular y la democracia participativa

 


Por Ramón Ceballo

José Francisco Peña Gómez (1937–1998) fue, sin duda, una de las figuras más trascendentes de la historia política dominicana del siglo XX.

Hijo de la pobreza rural y ejemplo de superación, se convirtió en líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), alcalde del Distrito Nacional, candidato presidencial y una de las voces más influyentes del pensamiento socialdemócrata en América Latina.

Más allá de su carisma y oratoria, Peña Gómez encarnó una visión de democracia que iba más allá de los partidos, una democracia participativa, descentralizada y ciudadana, fundada en la organización del pueblo y la construcción de poder desde abajo.

En la década de los ochenta, Peña Gómez impulsó la creación y consolidación de las juntas de vecinos, como una forma de democratizar la gestión pública y acercar la política a los sectores populares.
A través de estas organizaciones, los ciudadanos comenzaron a articular demandas colectivas, gestionar servicios básicos y defender derechos locales.

Esa visión, inspirada en la doctrina socialdemócrata y en los movimientos comunitarios europeos, permitió que la participación dejara de ser un privilegio de las élites urbanas para convertirse en un derecho cívico universal.

Peña comprendió que sin organización barrial no hay democracia sólida, y por eso las juntas de vecinos se transformaron en escuelas de liderazgo social, donde muchos dominicanos aprendieron a deliberar, a exigir y a construir ciudadanía.

Otro de los pilares de su pensamiento fue la inclusión de la mujer en la vida política y social. Peña Gómez promovió la creación de las estructuras femeninas (Federación de Mujeres Social Demócratas, Fedomusde) del PRD y alentó la participación activa de las mujeres en la toma de decisiones.

En tiempos donde la política era un territorio casi exclusivo de hombres, su visión fue revolucionaria. Reconocía en las mujeres el motor de cambio comunitario, las auténticas administradoras del bienestar social y la base de las transformaciones democráticas.
De esa convicción surgieron líderes, dirigentes barriales, regidoras y diputadas que marcaron un antes y un después en la historia política dominicana.

Peña Gómez fue también uno de los más fervientes defensores del poder municipal. Creía firmemente que la democracia se construye desde los ayuntamientos, donde la gente puede ver de manera directa los resultados de su participación y sus impuestos.

Impulsó la autonomía y el fortalecimiento de los gobiernos locales, convencido de que sin municipios fuertes no hay Estado moderno ni democracia efectiva.
Para él, la municipalidad debía ser la columna vertebral del desarrollo nacional, porque es en los territorios donde se materializan las políticas públicas y se sienten los efectos reales del progreso.

Su pensamiento se adelantó a su tiempo: entendió que la descentralización y la planificación local eran instrumentos para combatir la pobreza, la exclusión y la dependencia del poder central. En ese sentido, fue precursor del municipalismo moderno en República Dominicana.

Peña Gómez fue el artífice de la Junta Popular (Juntapo), una estructura social y política concebida para articular las demandas del pueblo más allá de las coyunturas electorales.
Este mecanismo permitió que los sectores populares se organizaran en torno a causas comunes, servicios públicos, vivienda, empleo, derechos humanos, y que la política dejara de ser un espectáculo de élites para convertirse en una herramienta de transformación social.

A través de la Junta Popular, Peña consolidó el principio de que la democracia no se hereda, se construye todos los días desde la base.
Esa idea anticipó lo que hoy se conoce como “democracia participativa”: un modelo en el que la voz del ciudadano no se limita al voto, sino que se expresa en la gestión de su propio destino colectivo.

Fue un demócrata integral, y la verdad es que el pensamiento de Peña Gómez siempre se movió entre dos ejes: la justicia social y la dignidad humana.
Defendió la educación, la igualdad y la solidaridad como fundamentos del progreso nacional. Fue un convencido de que la democracia debía servir al pueblo y no servirse de él.

En los años más difíciles, cuando la intolerancia y el autoritarismo marcaban la vida política, Peña mantuvo una fe inquebrantable en el poder del voto, el diálogo y la organización.
Esa coherencia moral y política lo convirtió en una figura continental, un dominicano universal, admirado por líderes y pueblos que vieron en él un símbolo de esperanza democrática.

Nos ha dejado un legado que aún esta vigente, pues hoy, cuando la sociedad dominicana enfrenta nuevos desafíos, desigualdad, corrupción, desconfianza institucional, el pensamiento de Peña Gómez recobra una vigencia indiscutible.

Sus enseñanzas nos recuerdan que la democracia no se fortalece desde los palacios, sino desde los barrios; no en las campañas, sino en la conciencia cívica del pueblo organizado.

La historia le reserva un lugar especial no solo como líder político, sino como arquitecto del poder popular, del municipalismo y de la participación ciudadana, impulsor de una democracia viva, participativa y solidaria.

José Francisco Peña Gómez sembró en la República Dominicana la semilla de un pueblo consciente de su poder, y de una democracia construida desde abajo hacia arriba.
Ese es, sin duda, su legado más grande.