Por Doctor Ramón Ceballo
La relación entre la salud mental y el autismo es un
tema cada vez más relevante en el debate médico y social. Las personas con
trastorno del espectro autista (TEA) no solo presentan diferencias en el
desarrollo neurológico y en la manera de procesar la información social y
comunicativa, sino que también tienen un riesgo mucho mayor de experimentar
problemas psicológicos a lo largo de su vida.
La evidencia científica muestra que hasta un 70 % de las personas con TEA presenta al menos un trastorno psiquiátrico en algún momento de su vida. Los más comunes son la ansiedad y la depresión, pero también aparecen con frecuencia el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), el déficit de atención e hiperactividad (TDAH), las fobias específicas y los problemas del sueño.
Cuando no se atienden de manera oportuna, estas
condiciones pueden empeorar significativamente la calidad de vida, afectando la
autonomía y la integración social.
La relación entre el autismo y la salud mental es compleja y responde a
distintos factores. En el plano biológico, influyen
las alteraciones en la conectividad cerebral, los componentes genéticos y el
funcionamiento particular de ciertos neurotransmisores, asociados tanto al
espectro autista como a diversos trastornos psiquiátricos.
En el ámbito social y ambiental, la discriminación, el
acoso escolar y la falta de comprensión en la familia generan un estrés
constante que puede desencadenar depresión o ansiedad.
A esto se suma la hipersensibilidad sensorial:
para muchas personas con autismo, estímulos como ruidos intensos, luces
brillantes o el contacto físico resultan abrumadores y contribuyen a un mayor
malestar psicológico.
Uno de los grandes desafíos es que los síntomas del autismo y los de los
problemas de salud mental a menudo se superponen. El retraimiento social, por
ejemplo, puede ser una señal de ansiedad, pero también parte del propio perfil
autista.
Esto provoca un riesgo doble: sobre diagnóstico en
algunos casos o subdiagnóstico en otros, lo que retrasa la identificación y el
tratamiento adecuados.
El abordaje de la salud mental en personas con autismo debe ser
individualizado y adaptado a su estilo cognitivo y comunicativo. La terapia
cognitivo-conductual ajustada al TEA, la psicoeducación familiar y la terapia
ocupacional han demostrado ser útiles.
Además, el acceso temprano a apoyo psicológico y
psiquiátrico es fundamental para reducir complicaciones, mejorar el bienestar y
favorecer la inclusión social.
El autismo no es un trastorno de salud mental, sino un trastorno del
neurodesarrollo. Sin embargo, quienes se encuentran dentro del espectro
presentan una vulnerabilidad mucho mayor a desarrollar problemas psiquiátricos
y emocionales.
Reconocer esta realidad y ofrecer una atención
integral es clave para garantizar no solo el bienestar individual, sino también
la plena participación de las personas con TEA en la sociedad.
