Por Dr. Ramón Ceballo
La República Dominicana, ubicada en
el corazón del Caribe, forma parte activa de la ruta ciclónica del Atlántico, lo que la expone año tras año a
tormentas y huracanes que ponen a prueba no solo su infraestructura, sino
también su equilibrio emocional y social.
En cada temporada ciclónica, miles de familias reviven la ansiedad de la pérdida, el encierro y la incertidumbre. Por eso, más allá de prepararnos materialmente, debemos crear conciencia sobre la importancia de proteger también la salud mental ante estos fenómenos naturales.
Cuando una tormenta se aproxima, el
miedo no solo se instala en los techos, sino también en la mente. Las lluvias
constantes, el ruido del viento, los apagones y la imposibilidad de salir de
casa generan una sensación de vulnerabilidad que puede detonar ansiedad, depresión o estrés postraumático,
especialmente en personas con antecedentes psicológicos o emocionales.
Durante estos episodios, la
incertidumbre es un factor clave: no saber qué pasará con la vivienda, los
familiares o el sustento económico provoca una tensión sostenida que altera el
sueño, el apetito y el estado de ánimo. En quienes ya sufren trastornos
mentales, estas condiciones pueden agravar
los síntomas, la ansiedad se intensifica, la depresión se profundiza y
los pensamientos negativos encuentran terreno fértil en el aislamiento.
El encierro forzoso es otro detonante significativo. En muchas
comunidades rurales y urbanas, las lluvias prolongadas obligan a las familias a
permanecer en espacios reducidos, sin electricidad ni acceso a distracción o
comunicación. Esta convivencia forzada bajo estrés puede generar irritabilidad,
conflictos familiares y sensación de claustrofobia.
Además, los niños y adolescentes,
privados de su rutina escolar y de contacto social, pueden experimentar
tristeza, aburrimiento y miedo, afectando su bienestar emocional y su capacidad
de adaptación.
A esto se suma el impacto psicológico posterior al desastre.
Una vez pasa la tormenta, llega el recuento de los daños: casas destruidas,
pertenencias perdidas, familiares desaparecidos. En esa etapa emergen con fuerza
el duelo, la desesperanza y el agotamiento emocional.
Es común que muchas personas
presenten síntomas de estrés
postraumático, como insomnio, sobresaltos ante ruidos fuertes,
irritabilidad o rechazo a hablar del evento.
Sin embargo, la dimensión emocional
de los desastres naturales suele ser la más invisibilizada. Mientras se
prioriza la reconstrucción de puentes, carreteras o viviendas, se deja de lado
la reconstrucción interior de
las personas.
En países como la República
Dominicana, donde los servicios de salud mental son limitados, la atención
psicológica de emergencia no forma parte estructural de los planes de respuesta
ante huracanes, lo que agrava el sufrimiento silencioso de miles de afectados.
Frente a esta realidad, se impone la
necesidad de crear una red
psicoafectiva comunitaria que funcione tanto en la prevención como en la
recuperación. Las autoridades locales, los equipos de salud y las
organizaciones comunitarias deben articular esfuerzos para incluir psicólogos,
terapeutas y voluntarios capacitados en el acompañamiento emocional durante y
después de los eventos climáticos.
Además, los medios de comunicación y
las escuelas pueden desempeñar un papel esencial al educar a la población sobre cómo manejar la ansiedad y el miedo
durante una tormenta: preparar un plan familiar, identificar espacios seguros,
mantener la comunicación con los seres queridos y limitar la exposición a
noticias alarmistas ayuda a reducir el impacto psicológico.
La resiliencia emocional también se
construye desde lo colectivo. En comunidades donde existe solidaridad y cooperación vecinal, las
personas enfrentan mejor el trauma y recuperan antes su sentido de control y
esperanza. No basta con reconstruir paredes; hay que reconstruir vínculos.
En conclusión, cada temporada
ciclónica nos recuerda que la vulnerabilidad no solo se mide en daños
materiales, sino también en heridas emocionales. La República Dominicana, por
su ubicación geográfica, no puede escapar a la ruta de los huracanes, pero sí puede
fortalecer su capacidad de respuesta
emocional y comunitaria.
Prepararnos mentalmente es tan vital
como asegurar los techos o almacenar alimentos. Solo así podremos enfrentar las
tormentas externas sin ser arrasados por las internas.
Recomendaciones
para cuidar la salud mental durante una tormenta
- Mantener la calma informada. Evite la sobreexposición a
noticias alarmistas. Infórmese solo a través de fuentes oficiales.
- Elaborar un plan familiar. Asigne responsabilidades,
prepare suministros y establezca un punto de encuentro en caso de
emergencia.
- Promover la comunicación
emocional. Hable con
los niños y adultos mayores sobre lo que ocurre, validando sus emociones
sin generar pánico.
- Evitar el aislamiento. Mantenga contacto con
familiares, vecinos o redes de apoyo. La conexión humana reduce la
sensación de soledad y miedo.
- Cuidar las rutinas básicas. Aunque haya encierro, trate de
dormir, comer y moverse en horarios regulares. La estructura da seguridad.
- Buscar ayuda profesional. Si siente ansiedad intensa,
tristeza persistente o pensamientos negativos, acuda a servicios de apoyo
psicológico, presenciales o en línea.
- Practicar ejercicios de
respiración o relajación.
Dedique unos minutos al día a calmar la mente y el cuerpo; pequeñas pausas
reducen el impacto del estrés.
