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jueves, 23 de octubre de 2025

La Cumbre de las Américas en República Dominicana: entre los aranceles, las exclusiones y las sombras del poder

 


Por Doctor Ramón Ceballo 

La próxima Cumbre de las Américas, a celebrarse en República Dominicana, se desarrollará en un escenario muy distinto al de sus primeras ediciones.

La promesa de diálogo hemisférico y cooperación que dio origen a este foro ha sido reemplazada por una atmósfera de tensión política, presión económica y fractura diplomática, donde Estados Unidos, una vez más, parece imponer su guion.

Con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, América Latina enfrenta una nueva oleada de políticas proteccionistas y arancelarias que golpearán a las economías más vulnerables de la región.

 Las tarifas a productos agrícolas, manufacturados y energéticos afectarán directamente a los países que dependen del comercio con el norte. Estos aranceles no solo encarecerán los intercambios, sino que refuerzan la vieja lógica de poder según la cual Washington dicta las reglas y el resto debe adaptarse.

A esto se suman los impuestos a las remesas enviadas por millones de migrantes latinoamericanos, un golpe silencioso pero profundo a las economías familiares que dependen de ese flujo vital de ingresos.

De igual modo, la reciente iniciativa de cambiar el nombre del Golfo de México por “Golfo de las Américas”, impulsada por asesores del nuevo gobierno estadounidense, ha sido vista en la región como un gesto simbólico de apropiación geopolítica, una maniobra que busca reafirmar la hegemonía de Washington sobre el espacio caribeño y proyectar su dominio cultural y estratégico bajo el disfraz de integración continental.

El discurso oficial sobre “valores democráticos” y “solidaridad hemisférica” se desvanece cuando se contrasta con la presencia militar en el Caribe, los impuestos a las remesas y las sanciones económicas unilaterales contra países de la región.

Al mismo tiempo, diversas fuentes internacionales han denunciado que el presidente estadounidense ordenó operaciones encubiertas de la CIA en varios países latinoamericanos, destinadas a generar desestabilización política y debilitar a los gobiernos que no se alinean con los intereses de Washington.

Estas prácticas, heredadas de la Guerra Fría, reaparecen bajo nuevas formas: campañas de desinformación, manipulación económica y apoyo a grupos opositores con el fin de reconfigurar el mapa político regional según los intereses de la Casa Blanca.

En este contexto, la migración será uno de los temas más controversiales del encuentro, especialmente cuando la política estadounidense, marcada por deportaciones masivas, criminalización de migrantes y endurecimiento fronterizo, contradice el discurso de cooperación y solidaridad humanitaria que intenta proyectar ante el continente.

La Cumbre de Punta Cana corre así el riesgo de convertirse en un escenario de exclusión más que de unidad. Varios países ya han anunciado su posible ausencia en protesta por las prácticas selectivas y la falta de respeto a la soberanía de los Estados. La exclusión de gobiernos por razones ideológicas o políticas contradice la esencia misma del encuentro. 

Si la Cumbre de las Américas es solo para quienes piensan como Washington, deja de ser hemisférica y se transforma en un club diplomático de obediencia.

En el Caribe, las tensiones se agudizan ante la creciente presencia militar estadounidense, justificada bajo el pretexto de garantizar la seguridad regional. Las islas observan con preocupación cómo la cooperación se confunde con el control.

En Haití, la crisis humanitaria sigue siendo una herida abierta: la violencia, el colapso institucional y la intervención internacional dirigida de facto por Washington reflejan una política que administra la tragedia sin enfrentar sus causas estructurales.

La República Dominicana, anfitriona de la Cumbre, se encuentra en una posición delicada. Por un lado, busca proyectarse ante el mundo como un país de diálogo, estabilidad y apertura diplomática; por otro, enfrenta una creciente tensión en la frontera con Haití que pone a prueba su política exterior y su compromiso con la cooperación regional. 

Ese equilibrio entre imagen internacional y desafíos internos define el momento político que vive el país.

Mientras tanto, las asimetrías comerciales siguen ampliándose: Washington exige apertura de mercados, pero mantiene aranceles y subsidios agrícolas que perjudican la competitividad latinoamericana, reproduciendo una relación desigual disfrazada de libre comercio.

América Latina continúa siendo vista como un patio trasero: proveedora de materias primas y mano de obra barata, pero sin voz ni voto real en las decisiones estratégicas.

La Cumbre de República Dominicana podría haber sido una oportunidad para redefinir las relaciones hemisféricas sobre nuevas bases de equidad, respeto mutuo y cooperación efectiva. Sin embargo, todo indica que será otro ejercicio diplomático sin compromisos reales, donde los discursos se impongan sobre las acciones y las fotos oficiales sustituyan el diálogo verdadero.

Entre declaraciones solemnes y promesas de integración, se perpetuarán las mismas asimetrías históricas que han marcado el destino del continente.

América Latina necesita una agenda propia, construida desde la cooperación Sur-Sur, la integración económica regional y la defensa de su soberanía política y comercial. Es urgente revisar los mecanismos de intercambio, reducir la dependencia de un solo mercado y fortalecer los vínculos interamericanos que garanticen un desarrollo con justicia social.

La verdadera Cumbre pendiente no es la que se celebra bajo la sombra de Washington, sino aquella que reúna a los pueblos latinoamericanos en torno a su propio destino, sin tutelas ni condiciones. Solo cuando el continente hable con voz propia podrá romper el ciclo de dependencia y subordinación que lo ha limitado durante décadas.

Porque mientras Estados Unidos convoque las cumbres, América Latina seguirá siendo invitada, pero nunca escuchada.