Por Doctor Ramón Ceballo
El trastorno mixto ansioso-depresivo (TMAD o MADD, por sus siglas en
inglés) es una condición psiquiátrica caracterizada por la presencia simultánea
de síntomas de ansiedad y depresión,
pero sin que una de los dos predomine claramente ni cumpla por sí solo los
criterios diagnósticos de un trastorno mayor.
Según la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), esta categoría se reserva cuando ambos conjuntos de síntomas, ansiosos y depresivos, están presentes pero con intensidad moderada, sin que ninguno sea lo suficientemente grave como para justificar un diagnóstico separado.
Se estima que su prevalencia a un
mes es de alrededor del 8,8 % en ciertos estudios, y que un porcentaje significativo
de ausencias laborales podría atribuirse a este trastorno.
El TMAD suele aparecer en atención
primaria y se considera frecuente en contextos de carga psíquica continua. En
muchos casos, los pacientes con depresión también muestran síntomas de
ansiedad, y viceversa, lo cual complica el diagnóstico diferencial.
Las manifestaciones clínicas del trastorno
mixto ansioso-depresivo combinan, en un mismo cuadro, los rasgos más
característicos de la ansiedad y la depresión. Los pacientes suelen
experimentar una tristeza persistente, sentimientos de desesperanza o un estado
anímico bajo, acompañado de una preocupación constante, inquietud o tensión
nerviosa difícil de controlar.
Se observa también una marcada fatiga, falta
de energía y sensación de agotamiento, junto a dificultades para concentrarse,
tomar decisiones o mantener la atención en tareas cotidianas. A esto se suman
las alteraciones del sueño, como el insomnio o la hipersomnia, la
irritabilidad, los cambios en el apetito o el peso y una sensación de
incapacidad para enfrentar la realidad o cumplir con las responsabilidades
diarias.
Estos síntomas, aunque de intensidad
moderada, suelen ser persistentes y conducen a un deterioro progresivo del
funcionamiento social, laboral y emocional, equiparable al que se observa en
los trastornos de ansiedad o depresión plenamente definidos.
La etiología del trastorno mixto
ansioso-depresivo es compleja y multidimensional. Se consideran factores
genéticos, bioquímicos (incluyendo disfunciones neuroendocrinas o del sistema
noradrenérgico), estrés crónico, vulnerabilidades personales y condiciones ambientales
adversas.
Respecto a su curso, algunas
investigaciones señalan que cerca de dos tercios de los pacientes con MADD no
experimentan un nivel grave de malestar psíquico a los tres meses o un año,
aunque sus niveles de calidad de vida mental quedan persistentemente por debajo
de personas sin trastornos. Un pequeño porcentaje podría evolucionar hacia
trastornos más severos si no recibe atención adecuada
Diagnosticar el trastorno mixto
ansioso-depresivo puede resultar desafiante, pues sus síntomas se sobreponen
con los de trastornos de ansiedad y depresión más definidos.
La clave está en identificar la
presencia simultánea de síntomas menos severos pero persistentes, que generan
malestar funcional sin alcanzar los criterios completos de otros trastornos. En
cuanto al tratamiento, se recomienda una estrategia multidisciplinaria que
combine:
El abordaje del trastorno mixto
ansioso-depresivo requiere una estrategia integral que combine diversas
intervenciones. La psicoterapia, especialmente la terapia cognitivo-conductual
adaptada a ambos componentes, constituye la base del tratamiento, permitiendo
al paciente reconocer y modificar patrones de pensamiento y conducta
disfuncionales.
La medicación puede ser necesaria cuando los
síntomas lo justifican, incluyendo el uso de antidepresivos o ansiolíticos,
siempre bajo estricta supervisión médica. Complementariamente, las
intervenciones psicosociales buscan disminuir el estrés, fortalecer las
habilidades de afrontamiento y modificar los factores ambientales que
contribuyen al cuadro clínico.
Finalmente, el seguimiento prolongado resulta
fundamental, dado el riesgo de recaídas o la progresión hacia trastornos más
graves, garantizando así una recuperación sostenida y una mejora en la calidad
de vida del paciente.
El trastorno mixto
ansioso-depresivo, a menudo invisible dentro del sistema de salud mental, representa
un desafío silencioso, no se reconoce con facilidad, porque no “encaja” del
todo en los moldes clásicos de ansiedad o depresión.
Pero su impacto no es menor:
deterioro en la calidad de vida, sufrimiento prolongado y riesgo de
cronificación si no se aborda a tiempo.
En un mundo que exige rendimiento
constante y presión diaria, este trastorno es un recordatorio urgente de que la
salud mental no admite divisiones rígidas. Atenderlo es reconocer la
complejidad del sufrimiento humano y ofrecer respuestas integrales, con
sensibilidad, ciencia y humanidad.
