Por Doctor Ramón Ceballo
La tormenta Melissa no solo dejó a su
paso comunidades anegadas y pérdidas materiales en toda la República
Dominicana.
También dejó, como ocurre siempre en estos desastres naturales, una estela invisible pero profunda, el trauma emocional de miles de personas que lo han perdido todo, desde sus viviendas y pertenencias hasta sus mascotas y los útiles escolares de sus hijos.
En medio de la emergencia, surge una
necesidad impostergable que pocas veces se menciona en los planes de
reconstrucción, la articulación de una red
psicoafectiva nacional y comunitaria.
En situaciones de desastre, el enfoque
de respuesta suele concentrarse, y con razón, en la asistencia inmediata de alimentos,
agua, refugio, y electricidad.
La verdad es que, el bienestar
emocional y psicológico de las personas es un pilar esencial para la verdadera
recuperación. No hay reconstrucción posible si el ánimo colectivo está roto.
Las heridas emocionales, si no se
atienden, pueden transformarse en un dolor crónico que erosiona la esperanza y
paraliza la capacidad de rehacer la vida.
Una red psicoafectiva implica mucho más
que enviar psicólogos a las zonas afectadas. Se trata de articular esfuerzos
entre las instituciones públicas, las organizaciones comunitarias, los líderes
religiosos, los docentes y los voluntarios locales para crear espacios de
contención emocional, escucha activa y acompañamiento humano.
Supone reconocer que el dolor compartido
puede transformarse en resiliencia colectiva, que la empatía y la solidaridad
también salvan vidas.
Los niños, por ejemplo, son
particularmente vulnerables. Ver cómo la corriente arrastra su escuela o sus
cuadernos no es una simple pérdida material, es un golpe emocional que puede
marcar su desarrollo, y transformarse en un Psicotrauma.
Las familias que han perdido a sus
mascotas o sus recuerdos familiares necesitan un entorno que les permita
procesar ese duelo sin sentirse olvidadas.
La intervención temprana, tanto emocional
como comunitaria, puede prevenir episodios de depresión, ansiedad, estrés,
insomnio y violencia doméstica, que suelen aumentar después de eventos
climáticos extremos.
Por eso, el Estado dominicano, a través
del Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Educación y el Sistema
Nacional de Atención a Emergencias y Seguridad, debería considerar la
creación de un programa nacional de
acompañamiento psicoafectiva post-desastre, con equipos mixtos
que incluyan psicólogos, trabajadores sociales, orientadores y promotores
comunitarios.
Este programa debería permanecer activo
más allá de la fase de emergencia, fortaleciendo el tejido emocional de las
comunidades afectadas.
No basta con reconstruir los techos si
los corazones siguen derrumbados. La República Dominicana ha mostrado siempre
una enorme capacidad de solidaridad en la adversidad. Hoy, esa solidaridad
necesita ser organizada, guiada y sostenida por políticas públicas sensibles al
sufrimiento humano.
Después de Melissa, el país tiene una
oportunidad de transformar la manera en que responde a las catástrofes, pasar de la reconstrucción material a la reconstrucción emocional,
y de la ayuda asistencial a la ayuda empática.
Solo así podremos levantarnos no
solo de las ruinas, sino también del miedo y la tristeza que quedan después del
agua.
