Por Doctor Ramón Ceballo
La ansiedad se ha convertido en una
de las problemáticas de salud mental más extendidas a nivel global. Aunque a
menudo es confundida con el estrés cotidiano o el nerviosismo pasajero, cuando
se vuelve intensa, persistente y frecuente, puede transformar radicalmente la
manera en que pensamos, sentimos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 300 millones de personas en el mundo padecen algún trastorno relacionado con la ansiedad. En América Latina, se estima que entre un 5 % y un 7 % de la población presenta síntomas que requieren atención especializada.
En la República Dominicana, aunque los datos oficiales no siempre son precisos, se calcula que aproximadamente un 7 % de los dominicanos enfrenta cuadros de ansiedad en diferentes grados. Esto la convierte en una de las causas más recurrentes de consulta en salud mental, reflejando una creciente necesidad de atención, diagnóstico temprano y tratamiento efectivo.
Este trastorno afecta con mayor frecuencia a mujeres y jóvenes, grupos especialmente vulnerables ante las presiones sociales y culturales que exacerban la tensión emocional.
La ansiedad va más allá de la simple
inquietud. Se manifiesta como una carga constante que puede alterar múltiples
aspectos de la vida diaria. Las personas que la padecen suelen experimentar
dificultades para concentrarse en sus labores diarias, ya sea en el trabajo o
en los estudios, así como trastornos del sueño que van desde insomnio hasta
despertar frecuente durante la noche.
A nivel físico, es común que la
ansiedad provoque dolores musculares, fatiga constante y una sensación
generalizada de falta de energía. Socialmente, puede llevar al aislamiento, evitando situaciones que impliquen interacción laboral o social, debido
al miedo o malestar que generan.
También se presentan síntomas
somáticos como palpitaciones aceleradas, cefaleas recurrentes o malestar
estomacal, que muchas veces confunden a quienes lo sufren, haciendo difícil
identificar la causa emocional detrás del malestar.
La ansiedad puede ser una presencia
silenciosa que pasa desapercibida hasta que sus efectos se vuelven demasiado
evidentes. Entre las señales de alerta que suelen minimizarse están la
preocupación desmedida por asuntos cotidianos, irritabilidad sin razón
aparente, la necesidad obsesiva de mantener el control y pensamientos
persistentes sobre posibles desgracias o situaciones negativas.
Estas manifestaciones a menudo se
atribuyen a rasgos personales o carácter, lo que retrasa la búsqueda de ayuda y
agrava la condición con el tiempo.
Cuando
la ansiedad se convierte en crisis
En su forma más aguda, la ansiedad
puede desencadenar ataques de pánico, episodios breves pero intensos
caracterizados por síntomas físicos y emocionales abrumadores. Durante estos
episodios, la persona puede experimentar dificultad para respirar, sensación de
ahogo, palpitaciones aceleradas, sudoración profusa, temblores y mareos.
Además, el miedo intenso a perder el
control o incluso a morir puede hacer que la experiencia sea aterradora.
Aunque estos ataques suelen durar
unos minutos, el impacto emocional que dejan puede prolongarse mucho más,
generando un ciclo de temor anticipatorio que aumenta la ansiedad general.
Aunque no siempre es posible
eliminar por completo la ansiedad, sí se pueden implementar medidas para
reducir su impacto y mejorar la calidad de vida. Mantener una rutina regular de
ejercicio físico ayuda a liberar tensiones y mejorar el estado de ánimo. Un
sueño reparador, con horarios establecidos, es fundamental para equilibrar las
funciones mentales y emocionales.
Es recomendable evitar el consumo
excesivo de café, alcohol y otras sustancias estimulantes que pueden exacerbar
los síntomas ansiosos. Las técnicas de respiración profunda, meditación y
relajación contribuyen a controlar los episodios de ansiedad y a fomentar la
calma.
Cuando la ansiedad interfiere
significativamente con las actividades diarias, es indispensable buscar la
ayuda de profesionales de la salud mental, quienes pueden ofrecer terapias
específicas y, en algunos casos, medicación adecuada.
Debe considerarse la intervención
especializada cuando los síntomas son persistentes y afectan el desempeño
laboral, académico o las relaciones personales. También cuando se presentan
crisis frecuentes o la ansiedad limita la capacidad para realizar actividades
cotidianas. La sensación de perder el control sobre la propia vida es una señal
clara de que es necesaria una atención profesional.
Reconocer a tiempo los signos de
ansiedad es crucial para evitar que se convierta en un trastorno crónico y para
recuperar el bienestar integral. La ansiedad, aunque invisible para muchos,
condiciona la existencia de quienes la padecen y merece toda la atención que la
salud mental demanda.
