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domingo, 2 de noviembre de 2025

Los partidos políticos vehículos de impunidad y refugio del crimen organizado

 


Por Doctor Ramon Ceballo

En la República Dominicana, los partidos políticos, históricamente concebidos como instrumentos de representación ciudadana y vehículos del pluralismo democrático, han terminado, en buena medida, convertidos en canales de reproducción del poder económico y espacios vulnerables a la penetración del crimen organizado.

La política, en lugar de servir al interés público, se ha visto secuestrada por intereses espurios que utilizan las estructuras partidarias para legitimar fortunas ilícitas y garantizar impunidad.

El fenómeno no es nuevo ni exclusivo del país. En toda América Latina, los vínculos entre corrupción, narcotráfico y política han dado origen a lo que algunos analistas denominan democracias capturadas.

Sin embargo, el caso dominicano reviste particular gravedad por la normalización del financiamiento opaco de las campañas, la compra sistemática de lealtades y el debilitamiento progresivo de los controles institucionales.

La línea que separa la política institucional del dinero ilícito se ha vuelto peligrosamente difusa. Los casos Odebrecht, Super Tucano, Los Tres Brazos, y más recientemente, los escándalos de narcopolítica y lavado de activos, muestran cómo las estructuras partidarias se han nutrido de recursos de procedencia cuestionable para financiar campañas, comprar lealtades y perpetuar liderazgos.

La penetración de estos capitales no es accidental, responde a una lógica de supervivencia en la que ganar elecciones importa más que fortalecer la institucionalidad.

En este contexto, la corrupción política ha dejado de ser un acto individual para convertirse en un sistema. Un sistema que protege a sus miembros mediante redes de poder, tráfico de influencias y complicidades judiciales. Las fronteras entre funcionarios, empresarios y delincuentes se desdibujan, creando un ecosistema donde la impunidad florece y la justicia se negocia.

Hoy, cuando la sociedad dominicana enfrenta una crisis de confianza sin precedentes, resulta urgente recordar que la corrupción y el crimen organizado no solo roban dinero, roban futuro. El creciente abstencionismo electoral, que en las últimas elecciones generales superó el 46 % del padrón, refleja con crudeza ese desencanto colectivo.

Cada voto ausente es una señal de hastío y desconfianza hacia una clase política que ha permitido la penetración del dinero sucio y la impunidad institucional. Mientras los partidos continúen siendo vehículos de corrupción y refugios del poder económico criminal, la democracia dominicana seguirá siendo rehén de los mismos vicios que prometió erradicar.

La situación es aún más preocupante si consideramos la debilidad de los mecanismos de control. La Cámara de Cuentas, la Junta Central Electoral y la propia Procuraduría General de la República enfrentan limitaciones estructurales y políticas que les impiden actuar con independencia plena. Mientras tanto, la compra de votos, el financiamiento irregular y el nepotismo se normalizan como parte del paisaje electoral.

El crimen organizado no necesita crear partidos: simplemente se infiltra en ellos, aprovechando la falta de transparencia en el origen de los fondos y la débil fiscalización del gasto político. Así, las campañas se transforman en transacciones, los liderazgos en franquicias, y la política en un mercado donde el poder se subasta al mejor postor.

Si algo ha quedado claro tras décadas de corrupción institucionalizada, es que no habrá renovación democrática sin una depuración profunda del sistema partidario. Los partidos deben ser sometidos a una auditoría moral y legal que determine no solo cómo se financian, sino a quién responden realmente.

Es hora de que la política deje de ser un refugio para los delincuentes de cuello blanco y vuelva a ser un espacio de servicio público y rendición de cuentas.

La República Dominicana no necesita más partidos, necesita partidos limpios, capaces de representar al ciudadano antes que al patrocinador. Romper el vínculo entre crimen y poder político no es una tarea fácil, pero es indispensable si queremos rescatar la esencia misma de la democracia.