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jueves, 13 de noviembre de 2025

Leonel Fernández y la herencia eléctrica: el liderazgo que administró la oscuridad


Por doctor Ramon Ceballo

La historia del sistema eléctrico dominicano no puede contarse sin detenerse en los gobiernos del expresidente Leonel Fernández.

 Pese a su insistencia en proyectar una narrativa de modernización y estabilidad, los datos técnicos, las memorias institucionales y los registros de prensa muestran una realidad menos elegante; durante sus gestiones, el país vivió algunos de los períodos más críticos de apagones masivos, improvisación administrativa y ausencia de planificación de largo plazo.

Su primer gobierno (1996–2000) coincidió con el proceso de capitalización del sector eléctrico, una reforma presentada como la vía hacia la eficiencia y la estabilidad. Sin embargo, aquello que se prometió como un salto hacia la modernidad terminó siendo un laboratorio costoso: la generación se diversificó, sí, pero los apagones se multiplicaron.

Las cifras varían según las fuentes, pero el panorama es igual de sombrío, entre 17 y 39 apagones nacionales ocurrieron entre 1996 y 2000. La ciudadanía bautizó ese período, no los opositores, no los técnicos, sino la gente de a pie, como “la era de los blackouts”.

El regreso al poder y la continuidad de la crisis (2004–2012)

Aunque el expresidente Leonel Fernández insiste en proyectar una narrativa de estabilidad eléctrica durante sus gestiones, los registros periodísticos y técnicos cuentan otra historia. Solo en su retorno al poder, entre agosto de 2004 y agosto de 2012, se documentaron múltiples apagones nacionales y fallas de gran escala que evidenciaban un sistema frágil, mal planificado y sin inversiones estructurales reales.

Esta trayectoria desmonta cualquier intento de presentar el período de Fernández como una era dorada del sector eléctrico: los apagones fueron recurrentes, profundos y estructurales, y la ciudadanía pagó el costo de decisiones improvisadas, endeudamiento acelerado y ausencia de reformas de fondo.

Por eso, hoy Leonel Fernández carece de la autoridad moral para cuestionar la crisis eléctrica actual, pues fue bajo sus propias gestiones cuando el sistema mostró algunas de sus mayores debilidades históricas.

El deterioro fue evidente desde el principio. El 24 de agosto de 2004, apenas semanas después de asumir, una falla en la línea Palamara–Hainamosa provocó un blackout total, según reportó Diario Libre.

En septiembre de 2004, una sobrecarga en la red del Cibao tras la salida de varias unidades dejó nuevamente amplios sectores sin energía.

El 15 de octubre de 2004, cortes sucesivos se produjeron por disparos de los sistemas de protección de la ETED.

Y el 18 de diciembre de 2004, un desbalance de frecuencia causado por la avería de dos generadores generó otro apagón mayor.

A estos eventos iniciales se sumaron, entre 2005 y 2012, al menos ocho apagones nacionales adicionales, de acuerdo con reportes de prensa e informes técnicos disponibles. La secuencia completa desmonta cualquier intento de reinterpretación histórica; los apagones no fueron accidentes aislados, sino parte de un patrón crónico de gestión deficiente.

Si se observa la trayectoria completa, desde su primer gobierno hasta el final del tercero, el panorama es inequívoco, la crisis eléctrica dominicana se profundizó bajo los 12 años de administración de Fernández, porque los problemas no eran solo técnicos; eran políticos.

El sistema eléctrico se convirtió en una estructura altamente politizada, las distribuidoras funcionaban como botines partidarios, y la regulación nunca alcanzó independencia real. Todo ello, acompañado de un endeudamiento acelerado, hizo imposible sostener mejoras permanentes.

La consecuencia fue simple y dolorosa, la población pagó con apagones, con pérdidas económicas y con un servicio que nunca coincidió con las promesas presidenciales.

La continuidad del déficit energético a lo largo de tres administraciones distintas (Fernández, Medina y Abinader) demuestra que el problema eléctrico del país no es producto de un gobierno, sino de un modelo político que privilegia el discurso sobre la gestión y los anuncios sobre las soluciones reales.

Sin embargo, sería intelectualmente deshonesto ignorar un hecho elemental, fue bajo Leonel Fernández cuando más se acentuó la contradicción entre la retórica de modernización y la realidad de un sistema en colapso permanente.

Un ejemplo es ejemplo claro de esa mala gestión fue el contrato con Cogentrix, firmado en 1998 bajo modalidad take-or-pay, que obligaba al Estado a pagar millones incluso cuando la planta no producía energía. Ese acuerdo, ampliamente cuestionado por su costo y falta de transparencia, se convirtió en símbolo de improvisación y perjuicio al erario durante la gestión de Fernández.

República Dominicana no necesita más discursos sobre megavatios; necesita un pacto de Estado, una despolitización radical de las distribuidoras y una gestión técnica basada en planificación, transparencia y rendición de cuentas.

Hasta que eso no ocurra, cada apagón nacional seguirá siendo una metáfora de algo más profundo, un país que aún no ha decidido si quiere encender la luz de su propio futuro.