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martes, 18 de noviembre de 2025

La Demencia apaga la Memoria y derrumba el Hogar

 


Por Ramón Ceballo

Escribo este artículo para invitar a una reflexión urgente. Detrás de cada diagnóstico hay un hogar que se fractura, un cuidador que se agota en silencio y un Estado que aún mira hacia otro lado. Hablar de demencia es, hoy más que nunca, un acto de responsabilidad colectiva.

Es hora de preguntarnos: ¿qué estamos haciendo como sociedad frente a un problema que crece a un ritmo alarmante? ¿Dónde están las políticas de prevención, los programas de apoyo al cuidador, la inversión en centros especializados y en investigación?
¿Por qué seguimos permitiendo que una enfermedad tan devastadora sea enfrentada casi exclusivamente por las familias, sin el respaldo estatal que tanto necesitan? La demencia no solo apaga memorias: derrumba hogares enteros.

La demencia avanza en silencio mientras las sociedades, incluida la nuestra, actúan como si se tratara de un asunto individual y no de un fenómeno sanitario, social y económico que amenaza con desbordarnos.
No hablamos de simples olvidos propios de la edad, sino de un deterioro progresivo que arrebata identidades, destruye vínculos y empobrece emocional y financieramente a quienes cuidan de los pacientes.

La demencia no es solo una condición médica, es un espejo de nuestras fallas como país en planificación, salud pública y políticas de cuidado.
En la República Dominicana, donde la atención primaria aún navega entre discursos y promesas, esta enfermedad encuentra terreno fértil.

La falta de tamizajes sistemáticos, la escasa educación sobre los síntomas iniciales y la limitada disponibilidad de servicios especializados convierten el diagnóstico temprano en un privilegio, no en un derecho.
Y eso es grave, porque detectar la demencia a tiempo puede significar años adicionales de autonomía, funcionalidad y calidad de vida.

Los signos están ahí: pérdida de memoria reciente, dificultades para organizar tareas básicas, cambios en la personalidad, problemas del lenguaje, desorientación.
Pero sin un sistema que eduque, acompañe y supervise, esos signos se normalizan o se atribuyen erróneamente a la edad, retrasando el diagnóstico hasta etapas ya severas.

Mientras tanto, los cuidadores —casi siempre mujeres— cargan con la responsabilidad emocional y económica sin ningún soporte institucional. Esta realidad, sostenida a pulso y sacrificio, revela el abandono estructural que enfrentan miles de familias.

Las causas de la demencia son tan diversas como implacables: la enfermedad de Alzheimer, los accidentes cerebrovasculares, la demencia frontotemporal, los cuerpos de Lewy, las deficiencias nutricionales prolongadas o el alcoholismo crónico.

Aun así, en la sociedad dominicana persiste la frase simplista de “se está poniendo viejo”. Ese reduccionismo no solo es ignorante: es cruel.

Existe tratamiento. No cura, pero sí ofrece retraso, alivio y estructura. Medicamentos como los inhibidores de la acetilcolinesterasa o la memantina pueden mejorar síntomas o ralentizar el deterioro.

Las terapias cognitivas, la actividad física y la intervención multidisciplinaria prolongan la independencia del paciente. La clave está en intervenir temprano.

Pero para intervenir temprano se necesita un sistema de salud organizado, accesible y orientado a la prevención. Y eso, precisamente, es lo que no tenemos.

La demencia debería ocupar un lugar central en la agenda pública nacional. No podemos esperar a que la pirámide poblacional siga envejeciendo para improvisar soluciones.
Se requieren campañas educativas, clínicas especializadas, programas comunitarios de apoyo al cuidador y un rediseño real de la atención primaria.

Antes de hablar de modernidad, debemos garantizar lo básico: que nuestros adultos mayores puedan envejecer sin que su deterioro sea invisibilizado y sin que sus familias colapsen en silencio.

Cada día que pasa sin políticas claras, sin presupuesto y sin voluntad, nuevas familias se derrumban en silencio. No basta con reconocer el problema: hay que actuar.
Si como sociedad somos incapaces de proteger a quienes nos dieron la vida, entonces estamos fallando en lo más elemental.

La dignidad de nuestros adultos mayores no puede seguir siendo una deuda pendiente. La demencia no espera, no se detiene y no perdona. Nosotros tampoco deberíamos hacerlo.

La demencia es un enemigo silencioso. Pero el verdadero escándalo es nuestro silencio como país. Romperlo es el primer paso para enfrentar una enfermedad que ya está tocando demasiadas puertas y que, si no actuamos, derrumbará muchas más.

Es hora de que el Estado responda con la misma urgencia con la que esta enfermedad destruye hogares.