Por Dr. Ramón Ceballo
Escribí este artículo como una reflexión profunda para explorar, desde un análisis psicológico, cómo el ser humano necesita un propósito para sostener su equilibrio emocional. Mi intención es mostrar el vínculo directo entre el sentido de vida y la salud mental, y cómo su ausencia puede convertirse en una fuente silenciosa pero poderosa de sufrimiento
En medio de una época marcada por la incertidumbre, la prisa y la fragmentación de los vínculos humanos, muchas personas experimentan una sensación de vacío interior difícil de explicar.
No se trata de hambre, ni de carencias materiales;
es algo más profundo, la necesidad
de trascender, ese impulso interior de dar sentido a la existencia y de
ir más allá de uno mismo.
Trascender significa superar los límites de lo inmediato. No es solo vivir, sino vivir con propósito. Implica dejar huella, conectar con algo más grande: una causa, un ideal, una fe, una creación o una misión personal.
El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de
concentración nazis y fundador de la logoterapia, sostenía que el
ser humano no busca únicamente placer o poder, sino sentido. Según él, cuando una persona
tiene un “por qué”, puede soportar casi cualquier “cómo”. En otras palabras,
encontrar un propósito da dirección, fuerza y estabilidad emocional.
La necesidad de trascender se manifiesta por la búsqueda de
sentido y puede adoptar múltiples formas. Hay quienes la expresan a través de
la espiritualidad o la fe,
otros mediante el arte, el
conocimiento o el servicio a los demás. También se manifiesta en el
deseo de formar familia, educar,
crear, enseñar o contribuir al bien común.
Cuando esta necesidad está satisfecha, el individuo suele
sentirse en armonía consigo mismo y con el entorno. Pero cuando se frustra o se
ignora, aparece, trastornos de
salud mental manifestada por malestar existencial, apatía, ansiedad, y
desmotivación, depresión, crisis de
sentido o conductas autodestructivas.
La ciencia ya lo ha confirmado, la falta de propósito afecta la
salud mental tanto como la soledad o el estrés. De hecho, se ha comprobado que
quienes sienten que su vida tiene un significado tienden a padecer menos ansiedad, a recuperarse mejor
de pérdidas y a tener mayor
resiliencia frente a las dificultades.
Cultivar la trascendencia no exige fe religiosa, aunque puede
incluirla; se trata de conectar
con lo que da sentido personal a la vida. Puede ser una vocación, una
causa social, el amor por la familia o el deseo de dejar un legado positivo.
Reconocer esa dimensión es también una estrategia de salud
mental. Frankl decía que el ser humano necesita mirar más allá de sí mismo para
no quedarse atrapado en el vacío del yo. Cuando la mirada se orienta hacia el
servicio, la creación o el amor, el sufrimiento se transforma en crecimiento.
En tiempos de inmediatez y consumo, donde todo parece medirse en
resultados rápidos, la
trascendencia se vuelve un acto de resistencia interior. No basta con
existir: hay que encontrar razones para hacerlo. Quienes lo logran, aun en
medio del dolor o la adversidad, descubren una fuente de equilibrio emocional
que ninguna circunstancia puede arrebatarles.
La salud mental, al fin y al cabo, no depende solo de la
ausencia de enfermedad, sino también de la presencia de sentido. Y ese sentido se construye cada día, con
cada elección, con cada gesto que deja huella más allá de uno mismo.
