Por doctor Ramón Ceballo
En un contexto de alta presión política, marcado por ataques sistemáticos y campañas de descrédito, la ex senadora y actual ministra de Interior y Policía, Faride Rafúl, ha sido blanco de una agresiva ofensiva que combina violencia política de género y acoso digital, manifestaciones claras de la resistencia que aún existe frente a las mujeres que ejercen el poder con firmeza y autonomía, y buscan asesinarla moralmente.
En un contexto de alta presión política, marcado por ataques sistemáticos y campañas de descrédito, la ex senadora y actual ministra de Interior y Policía, Faride Rafúl, ha sido blanco de una agresiva ofensiva que combina violencia política de género y acoso digital, manifestaciones claras de la resistencia que aún existe frente a las mujeres que ejercen el poder con firmeza y autonomía.
Su rol, al asumir con responsabilidad la tarea de enfrentar estructuras de complicidad y tocar intereses de sectores poderosos, ha desencadenado una reacción violenta disfrazada de crítica. Resulta preocupante, además, la falta de sororidad y el silencio de muchas voces femeninas que, lejos de acompañarla, han optado por el distanciamiento. Faride no solo enfrenta adversarios políticos: enfrenta también una cultura que castiga a la mujer que no obedece, que no se calla, y que se atreve a gobernar con carácter.
Su respuesta directa, clara y sin
titubeos a quienes intentan mancillar su integridad personal y pública, marca
un precedente en la forma en que los funcionarios deben asumir la defensa de su
nombre y su trayectoria.
Faride Rafúl, una mujer forjada en
valores y principios, ha actuado con la transparencia y coherencia que heredó
de su formación y de su legado familiar. Su intervención pública no fue una
defensa reactiva, sino un acto de responsabilidad y valentía ante la
desinformación y la manipulación interesada.
Su postura debe convertirse en el punto de partida de una cruzada por la
defensa de la dignidad política en la República Dominicana. No podemos
seguir permitiendo que el lodo del descrédito arrase con todo aquel que
represente decencia, trabajo institucional y principios éticos. El silencio
cómplice solo beneficia a quienes apuestan al caos, la desconfianza y la
descomposición del sistema político.
Es momento de que la dirección del Partido Revolucionario Moderno
(PRM) deje atrás el temor, la indiferencia estratégica o el cálculo
político. No es tiempo de promoción
personal ni de disputas internas, es tiempo de defender con gallardía la obra de gobierno del presidente Luis Abinader y
a sus líderes, como lo ha hecho Faride.
Cuando una mujer valiente se levanta
y habla con la fuerza de su verdad, cuando lo hace desde la integridad y sin
dobleces, merece no solo el respaldo de su partido, sino el respeto de toda la
sociedad. Faride Rafúl ha puesto la
vara muy alta, y su acción debe ser la línea a seguir para todos aquellos
que están al servicio público con honor y responsabilidad.
Su voz no fue solo una defensa
personal: fue un acto político y ético de alto calibre. En un país que necesita
referentes firmes, Faride ha demostrado que no todo está perdido y que aún hay
liderazgos que no negocian la dignidad.