(Primera parte)
En la historia de los pueblos hay nombres que, pese a su valor, coraje y entrega, quedan en el anonimato de la memoria colectiva. Tal es el caso de Roberto Martínez, un niño convertido en símbolo de valentía y compromiso con la democracia dominicana, cuya vida está íntimamente ligada a los acontecimientos más intensos del siglo XX en nuestro país.
Durante más de tres décadas, la República Dominicana vivió bajo la sombra de una de las dictaduras más férreas del continente: la de Rafael Leónidas Trujillo. Tras su ajusticiamiento en 1961, se abrió una breve ventana de esperanza democrática con el gobierno constitucional de 1963, presidido por Juan Bosch. Pero esa esperanza fue frustrada por el golpe de Estado de septiembre de ese mismo año, que derrocó al gobierno legítimo e instaló un régimen autoritario encabezado por el Triunvirato.
Fue en ese contexto de represión y resistencia que un niño, Roberto Martínez, se convirtió en protagonista silencioso de una lucha histórica. Junto a Aridio García, repartía entre los barrios y comunidades de la capital los primeros volantes redactados por José Francisco Peña Gómez, tras el golpe de Estado. Esos volantes eran llamados a la conciencia del pueblo, escritos con la urgencia de la libertad, denunciando la ilegalidad y llamando a restaurar el orden constitucional.
Durante la Revolución de Abril de 1965, Roberto —apenas un adolescente— se convirtió en un valioso mensajero entre los comandos constitucionalistas. Por su juventud y agilidad, fue apodado “El muchachito”, una especie de correo humano que trasladaba información vital entre los combatientes. Su papel fue tan estratégico como valiente: en un conflicto donde cada segundo podía costar vidas, él se movía con la audacia de un patriota precoz.
Cuando finalizó la revolución y se instaló el gobierno provisional de Héctor García-Godoy, muchos de los combatientes constitucionalistas fueron perseguidos, reprimidos o forzados al exilio. Roberto Martínez no fue la excepción. Siendo aún joven, tuvo que abandonar el país para salvar su vida. Como tantos otros dominicanos comprometidos con la causa democrática, pagó con el destierro su lealtad a la libertad.
Hoy, Roberto Martínez es un nombre olvidado por las estructuras oficiales, ausente en los libros de historia y en los discursos conmemorativos. Sin embargo, su legado vive en la memoria de quienes lo vieron correr con papeles escondidos bajo la ropa, sorteando balas y barricadas para llevar un mensaje de esperanza. Su historia es la de miles de héroes anónimos que, sin buscar reconocimiento, ofrendaron su juventud por el sueño de una patria libre.
En tiempos donde la democracia parece rutinaria, es urgente rescatar del olvido a los verdaderos protagonistas de su conquista. Porque la libertad, aunque imperfecta, se construye con la entrega de los que, como Roberto Martínez, decidieron actuar cuando otros callaban.
Roberto Martínez: El muchachito héroe olvidado de la democracia dominicana
Segunda parte
En la historia dominicana, marcada por dictaduras, resistencia y redención democrática, existen figuras silenciadas por el tiempo y la desmemoria institucional. Una de ellas es Roberto Martínez, conocido durante la Revolución de Abril como "el muchachito", cuyo valor y compromiso lo convirtieron en un símbolo de la lucha constitucionalista y democrática. Hoy, décadas después, su nombre aún espera el justo reconocimiento de la historia oficial.
Durante más de 30 años, la República Dominicana vivió bajo el yugo de la dictadura trujillista. En 1963, la llegada al poder del presidente Juan Bosch encendió las esperanzas de un país más justo, pero su derrocamiento ese mismo año provocó una profunda crisis institucional. Ante este golpe, un niño, Roberto Martínez, comenzó a forjar su leyenda.
Siendo apenas un adolescente, Martínez fue guía del teniente Núñez, a quien ayudó a organizar comandos en los barrios, aprovechando su conocimiento de los líderes perredeístas locales. Al estallar la Revolución de Abril de 1965, él y Núñez se dirigieron al puente Duarte, donde el teniente fue asesinado. Ese trágico momento marcó un giro en su participación en la contienda.
En un histórico discurso, José Francisco Peña Gómez reconoció públicamente al “famoso muchachito”, al verlo aparecer con una carabina en mano, representando la valentía y el compromiso de toda una generación. Tras la muerte de Núñez, Roberto pasó a estar bajo las órdenes del comandante Monte Arache, integrándose posteriormente a la escuela de comando de la Marina de Hombres Ranas, formada en el Conservatorio de Música.
Desde allí, fue transferido a la Policía Militar Constitucionalista, operando en la calle El Conde, cerca de El Copello. Su desempeño no pasó desapercibido, y al finalizar el proceso revolucionario, aún siendo muy joven, se convirtió en un forjador de la Juventud Obrera Perredeísta.
Además, fue miembro del movimiento "Cara al Sol", que impulsó la candidatura de Peña Gómez a la Secretaría General del PRD. También participó en el Frente Revolucionario Estudiantil Nacionalista (FREN) y en el Frente Universitario Social Demócrata (FUSD).
Por su firme militancia, el gobierno de Joaquín Balaguer lo acusó injustamente de varios hechos en 1968, lo deportó y falsificó su edad, atribuyéndole una identidad de adulto para justificar su persecución. Así fue como el muchachito rebelde y valiente fue arrancado de su tierra, víctima de un sistema que no perdonaba a quienes luchaban por justicia y democracia.
Roberto Martínez no aparece en los monumentos, ni en los discursos oficiales. Sin embargo, su vida representa la entrega de miles de jóvenes dominicanos que, sin buscar fama, fueron la carne y sangre de las gestas que hoy sustentan la libertad de nuestro país.
La historia de este héroe olvidado debe ser contada, rescatada y honrada, no como una pieza nostálgica del pasado, sino como un ejemplo vivo del coraje necesario para sostener la democracia. En un país donde la memoria histórica aún tiene deudas, recordar a Roberto Martínez es también un acto de justicia.
El muchachito al Exilio y el Escenario Mundial: La Historia Desconocida de un Militante que termina siendo Artista Dominicano
Así fue como el muchachito rebelde y valiente fue arrancado de su tierra, víctima de un sistema represivo que no perdonaba a quienes se atrevieran a soñar con justicia, libertad y democracia. En una época marcada por la represión política, el autoritarismo y las persecuciones ideológicas, la República Dominicana vivió momentos convulsos que empujaron al exilio a una generación de jóvenes comprometidos con el cambio.
Entre ellos, se destaca la figura de un dominicano cuya vida es tan intensa como poco conocida: el joven que el destino transformaría en “El Duque Negro”, símbolo de resistencia, militancia y arte. Desde temprana edad se vio envuelto en la lucha por los derechos del pueblo, y a través de los años su nombre resonó tanto en los círculos políticos como en los escenarios musicales.
Su historia, tejida entre continentes, revoluciones y notas musicales, es testimonio del precio de la dignidad y del coraje de quienes jamás se rindieron.
Este personaje, de fuerte vínculo
con la izquierda democrática y el pensamiento progresista, salió al exilio
hacia Francia tras la represión política, debido a su papel como profesor
en la Escuela Universitaria Yolanda Guzmán, un centro vinculado a los
sectores progresistas. En París, fue recibido por Héctor Aristy, otro
destacado exiliado dominicano, lo que le abrió las puertas para iniciar estudios
formales de música, desarrollando así una de sus grandes pasiones.
Posteriormente viajó a Argentina,
y de allí a Moscú, donde ingresó en la célebre Universidad Patricio
Lumumba, centro de formación para líderes del Tercer Mundo, donde estudió Ciencias
Políticas, especializándose en teoría de partidos y movimientos sociales.
Luego regresó nuevamente a Argentina, y posteriormente se trasladó a Suecia.
Desde suelo sueco, emprendió un
nuevo viaje hacia La Habana, Cuba, donde participó en procesos de formación
política y organizativa, estudiando formación de grupos y partidos políticos,
en uno de los centros de pensamiento más influyentes de la izquierda
latinoamericana. Fue una etapa clave que lo consolidó como un referente en
temas de organización popular.
De Cuba regresó a Francia, y
luego se embarcó rumbo a la Guayana Francesa y la Martinica, a
bordo del barco Degreg, integrándose a un grupo musical, donde
combinaba su activismo con la cultura, interpretando piezas de contenido
social. Su andar lo llevó después a Puerto Rico, donde se radicó por un
tiempo, gracias a que sus padres habían adquirido la naturalización
estadounidense.
En Nueva York, su vida dio un
nuevo giro. Se incorporó a las labores organizativas del Partido
Revolucionario Dominicano (PRD), trabajando de cerca con figuras como Winton
Arnoud, José Ovalle en la consolidación de
la seccional del PRD en esa ciudad. Fue entonces cuando nació su faceta
artística bajo el nombre de El Duque Negro, grabando varios temas junto
al influyente productor dominicano Johnny Pacheco, figura clave en el
desarrollo de la salsa y de las orquestas de música latina en Estados Unidos.
Simultáneamente, participó en los
trabajos de la Conferencia Tricontinental en el área juvenil, una
plataforma internacional de coordinación revolucionaria. En ese espacio, el
propio Fidel Castro reconoció sus méritos políticos,
destacándolo como uno de los jóvenes más prometedores del Caribe y América
Latina.
La vida de este dominicano ejemplar
es un testimonio de resistencia, cultura, y compromiso político. Su andar por
cuatro continentes, desde los salones académicos hasta los escenarios
musicales, demuestra que la lucha por la justicia y la dignidad no tiene
fronteras. Es una historia que merece ser contada, recordada y valorada
como parte del legado de la comunidad dominicana en el exterior.