miércoles, 16 de julio de 2025

La seguridad ciudadana en América Latina, un desafío estructural urgente


Por Doctor Ramón Ceballo

La seguridad ciudadana en América Latina es uno de los desafíos más persistentes y complejos que enfrentan los países de la región. A pesar de avances democráticos y económicos en algunos sectores, el flagelo de la violencia y la criminalidad continúa afectando profundamente la vida cotidiana de millones de ciudadanos.

Según datos recientes, América Latina alberga aproximadamente el 8% de la población mundial, pero concentra más del 30% de los homicidios globales. Esta cifra revela una crisis estructural que trasciende lo policial: se trata de un fenómeno alimentado por múltiples factores sociales, institucionales y económicos.

La verdad es que América Latina, es una región sitiada por el crimen organizado, donde la presencia de redes criminales transnacionales, como carteles de droga, pandillas (maras) y mafias locales, han consolidado una geografía del miedo en numerosos países.

Estas organizaciones no solo trafican estupefacientes, sino que controlan territorios, extorsionan comerciantes, reclutan jóvenes y, en muchos casos, penetran las instituciones públicas mediante la corrupción.

En comunidades vulnerables, donde el Estado brilla por su ausencia, estas estructuras criminales suplantan funciones básicas. Ofrecen una forma de "protección", imponen reglas de convivencia e incluso reparten beneficios. Así, para muchos jóvenes sin oportunidades ni expectativas, el crimen se convierte en la única vía de ascenso social.

América Latina y el Caribe concentran 39 de las 50 ciudades más violentas del mundo, según el índice anual publicado en 2024 por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México, de esas 39 urbes, 20 se encuentran en territorio mexicano, lo que posiciona al país como el que más ciudades aporta al ranking global de violencia urbana.

Cierto es que la desigualdad, la exclusión y violencia son factores promotores de la inseguridad, pues esta no nace en el vacío. La falta de oportunidades, la pobreza estructural y la profunda desigualdad social siguen siendo el caldo de cultivo ideal para que la violencia eche raíces.

La ausencia de políticas públicas sostenidas, el deterioro de la educación y la precariedad laboral alimentan una sensación de abandono que, en muchos casos, se transforma en violencia social o delictiva.

Uno de los grandes obstáculos para combatir la inseguridad en América Latina es la debilidad institucional. Las fuerzas policiales, en muchos países, carecen de la formación, los recursos y, sobre todo, la legitimidad para cumplir su función de forma efectiva y respetuosa de los derechos humanos.

A esto se suma un sistema judicial lento, ineficiente y muchas veces corroído por la corrupción. El resultado es un altísimo nivel de impunidad: gran parte de los delitos no son investigados ni sancionados, lo que alimenta un círculo vicioso donde el crimen no tiene consecuencias y la ciudadanía pierde la fe en la justicia.

Es muy cierto que la República Dominicana en comparación con algunos de sus vecinos latinoamericanos, no figura entre los países con mayor índice de homicidios.

 Según datos de organismos internacionales como la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga, el Delito y la Corrupción (UNODC), la tasa de homicidios en República Dominicana ha mostrado una tendencia a la baja en los últimos años, situándose en torno a 9.6 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2024, muy por debajo del promedio regional, el cual es en América latina y el Caribe de 20.2 por cada 100 mil habitantes, según Insight Crime.

No obstante, la percepción ciudadana de inseguridad sigue siendo alta. La criminalidad común, como robos, asaltos y violencia doméstica, se mantiene como una preocupación diaria.

La creciente influencia de estructuras del crimen organizado, el narcotráfico y la corrupción policial siguen siendo factores de alerta. Además, en zonas urbanas marginadas, la falta de oportunidades y la escasa presencia institucional facilitan la expansión de actividades ilícitas.

A pesar de que América Latina en su conjunto registra niveles alarmantes de violencia, algunos países han logrado contener la criminalidad y avanzar hacia modelos más eficaces de seguridad ciudadana. Estas naciones presentan tasas de homicidios significativamente por debajo del promedio regional (que ronda los 20.2 homicidios por cada 100,000 habitantes), y en varios casos, muestran señales de fortalecimiento institucional y políticas de prevención social.

Entre los países con índices más bajos de criminalidad de América Latina  por cada 100,000 se destacan

·         Uruguay: 9,1, Chile: 4,6, Argentina: 5,3, Paraguay: 7,3, Perú: 7,7,

·         Bolivia: 6,3, Nicaragua: 6,7, El Salvador: 2,4 República Dominicana: 9.61.

Estos países comparten, en distinta medida, una serie de factores clave que han contribuido a la mejora de su seguridad ciudadana: instituciones más sólidas, reformas policiales, inversión en educación y programas sociales focalizados. En algunos casos, también han implementado estrategias de control territorial más firmes.

La seguridad ciudadana en América Latina no se resolverá únicamente con más patrullas o cárceles. Se requiere voluntad política, inversión sostenida en el desarrollo humano y una mirada estratégica que reconozca la seguridad como un derecho y no como una guerra. Solo así los ciudadanos podrán volver a habitar sus territorios con confianza, dignidad y paz.