Por Ramón Ceballo
Lo que comenzó como una confrontación localizada entre Israel e Irán escaló en junio de 2025 hasta convertirse en uno de los eventos geopolíticos más impactantes del siglo XXI.
La participación activa de
Estados Unidos transformó la guerra en un conflicto de dimensiones globales,
con consecuencias devastadoras para Medio Oriente y repercusiones políticas,
económicas y militares que sacuden al sistema internacional.
La escalada militar tuvo su origen en una cadena de ataques previos en Siria, Irak y el Golfo Pérsico, que culminaron con una ofensiva aérea israelí sobre instalaciones nucleares iraníes.
Israel, con una población de 10
millones y una extensión de 22 mil km², se enfrentó a Irán, país de 90 millones
de habitantes y más de 1.6 millones de km². La guerra evidenció la asimetría geográfica y militar, pero
también el alto costo de la confrontación.
La intervención militar directa de Estados Unidos, con sistemas de
defensa aérea, portaaviones, inteligencia y logística, convirtió a Washington
en actor central del conflicto. Sin embargo, la guerra terminó abruptamente, con el respaldo de Donald Trump,
debido a las limitaciones militares de Israel y a la creciente presión política
interna en EE. UU.
La intervención estadounidense
desató un intenso debate en el Congreso,
dividido entre halcones neoconservadores y un ala progresista contraria a más
conflictos en el extranjero. Mientras tanto, la opinión pública agotada por
años de guerras externas mostró escepticismo
y desconfianza hacia las razones ofrecidas por el gobierno.
La guerra elevó los precios del
petróleo, agudizó la inflación y
generó tensiones diplomáticas con China
y Rusia, debilitando aún más la imagen global de Estados Unidos como
líder moral y garante del orden internacional.
La región ha quedado más
militarizada y fragmentada que nunca. Los Acuerdos de Abraham, que habían abierto el camino a la
normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes, quedaron en
pausa. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y otras naciones del Golfo
suspendieron cualquier diálogo por temor a represalias internas.
En paralelo, grupos como Hezbolá en Líbano y milicias chiitas en Irak
intensificaron sus ataques. Siria
volvió a ser un tablero de guerra indirecta, esta vez con mayor
presencia iraní.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, ha aprovechado
el vacío diplomático para reposicionar
a Turquía como un actor central. Ha ofrecido mediación entre bloques,
impulsado rutas comerciales entre Asia, África y Europa, y reforzado sus
vínculos estratégicos con países como Irán, sin romper del todo con la OTAN.
Europa
El conflicto dividió a Europa entre
quienes respaldan a Israel y quienes piden contención. Las protestas pro-palestinas y pro-iraníes
en Berlín, París y Londres pusieron a prueba la cohesión social en países con
fuerte presencia de comunidades musulmanas.
Asia
China mantuvo una postura ambigua, intentando proteger sus
intereses energéticos, mientras que India
adoptó una política de equilibrio, sin romper relaciones con ninguna de las partes.
América Latina
Brasil,
México y Argentina hicieron
llamados a la paz, pero países como Venezuela
y Bolivia intensificaron su retórica antiisraelí. Las comunidades judías
y musulmanas en la región se
polarizaron con manifestaciones públicas y tensiones diplomáticas.
África
Los países del norte africano,
especialmente Egipto, Marruecos y Túnez,
vieron agravarse la inseguridad
alimentaria por el alza en los precios de la energía y los alimentos.
Pese a estar aislado en términos
diplomáticos, Irán ha emergido como el
eje de la resistencia islámica. Su alianza con grupos armados y su
fortalecimiento militar apuntan a un rediseño del equilibrio regional, con tensiones renovadas entre suníes y chiitas.
El espacio aéreo de Medio Oriente está ahora militarizado a niveles sin precedentes.
Irán no solo ha respondido
militarmente. Ha tomado decisiones estratégicas, como suspender todos los servicios del GPS estadounidense y migrar al
sistema satelital chino, en un intento por reducir la dependencia tecnológica
de Occidente y blindar su
infraestructura militar y civil contra el espionaje.
Además, el régimen iraní ha lanzado
una campaña interna de represión y
purgas, con arrestos y ejecuciones de presuntos colaboradores israelíes,
reforzando su aparato de control interno en medio del caos externo.
La guerra Irán–Israel ha sacudido
los cimientos del sistema internacional. Ha fragmentado alianzas tradicionales,
debilitado el multilateralismo y acelerado la transición hacia un orden multipolar más inestable.
La diplomacia global se enfrenta hoy
a un reto urgente: encontrar fórmulas realistas, multilaterales y firmes para
contener el avance de los conflictos, restaurar la paz y evitar que este
conflicto se repita con nuevos actores y escenarios.