miércoles, 2 de julio de 2025

De guerra regional a crisis global: El conflicto Irán–Israel y su remezón geopolítico

 


Por Ramón Ceballo

Lo que comenzó como una confrontación localizada entre Israel e Irán escaló en junio de 2025 hasta convertirse en uno de los eventos geopolíticos más impactantes del siglo XXI

La participación activa de Estados Unidos transformó la guerra en un conflicto de dimensiones globales, con consecuencias devastadoras para Medio Oriente y repercusiones políticas, económicas y militares que sacuden al sistema internacional.

La escalada militar tuvo su origen en una cadena de ataques previos en Siria, Irak y el Golfo Pérsico, que culminaron con una ofensiva aérea israelí sobre instalaciones nucleares iraníes.

Como respuesta, Irán desplegó una andanada de misiles hipersónicos que causaron un daño sin precedentes en territorio israelí.

Israel, con una población de 10 millones y una extensión de 22 mil km², se enfrentó a Irán, país de 90 millones de habitantes y más de 1.6 millones de km². La guerra evidenció la asimetría geográfica y militar, pero también el alto costo de la confrontación.

La intervención militar directa de Estados Unidos, con sistemas de defensa aérea, portaaviones, inteligencia y logística, convirtió a Washington en actor central del conflicto. Sin embargo, la guerra terminó abruptamente, con el respaldo de Donald Trump, debido a las limitaciones militares de Israel y a la creciente presión política interna en EE. UU.

La intervención estadounidense desató un intenso debate en el Congreso, dividido entre halcones neoconservadores y un ala progresista contraria a más conflictos en el extranjero. Mientras tanto, la opinión pública agotada por años de guerras externas mostró escepticismo y desconfianza hacia las razones ofrecidas por el gobierno.

La guerra elevó los precios del petróleo, agudizó la inflación y generó tensiones diplomáticas con China y Rusia, debilitando aún más la imagen global de Estados Unidos como líder moral y garante del orden internacional.

La región ha quedado más militarizada y fragmentada que nunca. Los Acuerdos de Abraham, que habían abierto el camino a la normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes, quedaron en pausa. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y otras naciones del Golfo suspendieron cualquier diálogo por temor a represalias internas.

En paralelo, grupos como Hezbolá en Líbano y milicias chiitas en Irak intensificaron sus ataques. Siria volvió a ser un tablero de guerra indirecta, esta vez con mayor presencia iraní.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, ha aprovechado el vacío diplomático para reposicionar a Turquía como un actor central. Ha ofrecido mediación entre bloques, impulsado rutas comerciales entre Asia, África y Europa, y reforzado sus vínculos estratégicos con países como Irán, sin romper del todo con la OTAN.

Europa

El conflicto dividió a Europa entre quienes respaldan a Israel y quienes piden contención. Las protestas pro-palestinas y pro-iraníes en Berlín, París y Londres pusieron a prueba la cohesión social en países con fuerte presencia de comunidades musulmanas.

Asia

China mantuvo una postura ambigua, intentando proteger sus intereses energéticos, mientras que India adoptó una política de equilibrio, sin romper relaciones con ninguna de las partes.

América Latina

Brasil, México y Argentina hicieron llamados a la paz, pero países como Venezuela y Bolivia intensificaron su retórica antiisraelí. Las comunidades judías y musulmanas en la región se polarizaron con manifestaciones públicas y tensiones diplomáticas.

África

Los países del norte africano, especialmente Egipto, Marruecos y Túnez, vieron agravarse la inseguridad alimentaria por el alza en los precios de la energía y los alimentos.

Pese a estar aislado en términos diplomáticos, Irán ha emergido como el eje de la resistencia islámica. Su alianza con grupos armados y su fortalecimiento militar apuntan a un rediseño del equilibrio regional, con tensiones renovadas entre suníes y chiitas. El espacio aéreo de Medio Oriente está ahora militarizado a niveles sin precedentes.

Irán no solo ha respondido militarmente. Ha tomado decisiones estratégicas, como suspender todos los servicios del GPS estadounidense y migrar al sistema satelital chino, en un intento por reducir la dependencia tecnológica de Occidente y blindar su infraestructura militar y civil contra el espionaje.

Además, el régimen iraní ha lanzado una campaña interna de represión y purgas, con arrestos y ejecuciones de presuntos colaboradores israelíes, reforzando su aparato de control interno en medio del caos externo.

La guerra Irán–Israel ha sacudido los cimientos del sistema internacional. Ha fragmentado alianzas tradicionales, debilitado el multilateralismo y acelerado la transición hacia un orden multipolar más inestable.

La diplomacia global se enfrenta hoy a un reto urgente: encontrar fórmulas realistas, multilaterales y firmes para contener el avance de los conflictos, restaurar la paz y evitar que este conflicto se repita con nuevos actores y escenarios.