Por Doctor Ramon Ceballo
La guerra entre Irán e Israel, con la participación
activa de Estados Unidos, ha transformado el escenario de Medio Oriente en
todos los frentes: económico, político
y militar. Este conflicto, que durante años se mantuvo en la sombra a
través de operaciones encubiertas, finalmente estalló a plena luz
internacional, obligando a todos los actores de la región a recalcular alianzas, intereses y prioridades.
En este nuevo tablero de poder, Turquía emerge como un jugador clave que busca ampliar su influencia en un entorno fragmentado, pero lleno de oportunidades estratégicas.
La guerra generó un alza inmediata en los precios del petróleo,
afectando tanto a consumidores globales como a los países productores del
Golfo. Arabia Saudita, Irán, Irak y
Emiratos Árabes Unidos vieron incrementados sus ingresos energéticos,
pero también enfrentan presiones inflacionarias internas por la especulación y
la inestabilidad de suministros.
Además, los corredores comerciales terrestres y marítimos —especialmente
el Estrecho de Ormuz— quedaron comprometidos, lo que ha afectado el flujo de
mercancías hacia Asia y Europa. Las empresas extranjeras han comenzado a revisar sus inversiones en la región,
temerosas de una prolongación del conflicto o de su expansión hacia países
vecinos.
En el plano político, la guerra ha
hecho trizas cualquier ilusión de paz duradera. Los Acuerdos de Abraham ( la
normalización y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre dos
naciones del Golfo, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin, y el Estado de
Israel, en septiembre de 2020) quedaron
en pausa, ya que países como Emiratos
Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos enfrentan críticas internas
por haber normalizado relaciones con Israel. Arabia Saudita, que estaba en negociaciones para seguir ese
camino, suspendió formalmente los diálogos.
Por su parte, Irán se ha fortalecido
como el eje de la resistencia islámica
ante Israel, intensificando su relación con milicias aliadas como Hezbolá,
los hutíes en Yemen y grupos chiitas en Irak. Este resurgimiento de los
bloques ideológicos ha revivido las tensiones suníes-chiitas y ha reconfigurado los equilibrios dentro del mundo
musulmán.
Militarmente, Medio Oriente está
entrando en una nueva carrera de rearme.
Israel ha reforzado su sistema de defensa antimisiles y ampliado su presupuesto
de seguridad nacional. Irán, por su parte, ha acelerado el desarrollo de su
programa de drones, misiles balísticos y sistemas de defensa aérea.
Líbano y
Siria vuelven a ser campos de batalla
indirecta, con ataques aéreos, represalias y bombardeos cruzados. El espacio aéreo de la región se ha
militarizado a niveles inéditos desde la guerra de Irak, y las potencias
extranjeras —como Rusia y EE. UU.— mantienen una presencia activa que amenaza
con convertir cualquier chispa en un conflicto mayor.
En este escenario tenso, Turquía, bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdoğan, ha intensificado
sus esfuerzos diplomáticos para posicionarse como un mediador entre Oriente y Occidente, al tiempo que refuerza su
papel como potencia regional independiente.
Turquía condenó los ataques israelíes a civiles y criticó duramente la
postura de Estados Unidos, al tiempo que mantiene una relación comercial activa
con Irán y contactos diplomáticos con Israel. Esta posición ambivalente le ha permitido ganar protagonismo como
interlocutor válido para varias partes, pero también le ha costado tensiones
con la OTAN y con algunos aliados occidentales.
Militarmente, Ankara ha reforzado su presencia en el norte de
Siria e Irak, aprovechando la distracción internacional para debilitar a
las milicias kurdas que considera una amenaza. En paralelo, promueve el
fortalecimiento de su industria de
defensa nacional, con exportaciones crecientes de drones y sistemas
militares a aliados regionales.
En lo económico, Turquía busca
canalizar rutas comerciales
alternativas entre Asia, Europa y África, proponiéndose como puente logístico en un momento en que
el comercio tradicional vía Golfo Pérsico está comprometido.
La guerra Irán-Israel no solo ha
costado vidas y desplazamientos; ha redibujado
el mapa estratégico del Medio Oriente. En este nuevo tablero, actores
como Turquía están jugando múltiples cartas: poder blando, diplomacia, comercio
e influencia militar. La región está lejos de alcanzar una estabilidad
duradera, pero las piezas ya se están moviendo para definir qué rol ocupará
cada país en el próximo capítulo de esta historia volátil.