Por Ramon Ceballo
Desde que estalló la guerra abierta
entre Irán e Israel en junio de 2025, con la participación directa de
Estados Unidos en apoyo a su aliado histórico, las repercusiones económicas dentro del territorio estadounidense no
se han hecho esperar. Aunque el frente de batalla se ubica a miles de
kilómetros, el impacto en los bolsillos estadounidenses, en los mercados y en
la economía real ha sido inmediato y palpable.
Uno de los primeros signos del impacto fue el aumento del precio del petróleo, provocado por la amenaza real de cierre del Estrecho de Ormuz —una vía por la que transita aproximadamente el 20 % del crudo mundial. Solo en las dos primeras semanas del conflicto, el precio del barril superó los 100 dólares, lo que repercutió directamente en los surtidores de gasolina.
En ciudades como Los Ángeles,
Houston y Nueva York, el precio promedio del galón de gasolina superó los 5.30
dólares, generando protestas entre conductores de servicios logísticos y
ciudadanos que dependen del transporte privado. El alza también afectó los costos del transporte aéreo y de carga,
elevando los precios de productos básicos y alimentos importados.
Aunque la inflación venía siendo
controlada desde 2024 gracias a las políticas restrictivas de la Reserva
Federal, la guerra reactivó una presión
inflacionaria imprevista. El temor a una nueva escalada bélica
prolongada ha afectado las proyecciones de crecimiento para el segundo semestre
de 2025.
Empresas del sector industrial,
agrícola y comercial ya reportan incrementos
en los costos operativos por el encarecimiento de la energía y las
interrupciones en las cadenas de suministro provenientes de Medio Oriente y
Asia. El sector logístico, especialmente los puertos de la costa oeste, también
ha experimentado demoras y costos adicionales por medidas de seguridad
reforzadas.
Las principales bolsas de valores
estadounidenses Dow Jones, Nasdaq y
S&P 500 registraron caídas de entre 5 % y 8 % en las semanas
posteriores al inicio del conflicto. Empresas vinculadas al transporte, la
manufactura y la tecnología vieron depreciarse sus acciones. Por el contrario,
los títulos del sector defensa,
petróleo y energía registraron subidas significativas, reflejando el
movimiento de los inversionistas hacia activos
considerados “seguros” en tiempos de guerra.
Los bonos del Tesoro volvieron a
apreciarse como refugio, pero al mismo tiempo el dólar enfrentó presión por la
incertidumbre global. Esta combinación ha puesto en tensión las decisiones de
política monetaria que deberá tomar la Reserva Federal en su próxima reunión.
La participación directa de Estados
Unidos en el conflicto incluyendo el despliegue de portaaviones, el envío de
sistemas antimisiles y la activación de bases militares en el Golfo ha tenido un costo económico inmediato.
Analistas del Congressional Budget
Office (CBO) estiman que el gasto militar adicional en solo el primer
mes de intervención podría superar los 30
mil millones de dólares.
Esto ha reabierto el debate sobre el
déficit fiscal, justo cuando el
Congreso debate el nuevo techo de la deuda federal. Sectores republicanos
exigen recortes internos si se va a ampliar la inversión militar, mientras que
sectores demócratas reclaman que esos fondos podrían ser mejor usados en
programas sociales o en la transición energética.
Ganadores:
- Las grandes contratistas de
defensa como Raytheon, Lockheed
Martin y Northrop Grumman han visto subir sus acciones con nuevos
contratos emergentes.
- El sector petrolero y gasífero ha elevado
sus ingresos y producción, con estados como Texas y Dakota del Norte
aumentando su extracción para suplir parte de la incertidumbre global.
Perdedores:
- El sector agrícola, que depende de
fertilizantes e insumos provenientes de rutas globales, ya reporta alzas
en los costos.
- El comercio internacional y las pequeñas y medianas empresas importadoras ven afectadas sus
operaciones por el encarecimiento del transporte marítimo.
Una
economía en tensión, con consecuencias políticas
Más allá de los números, el
conflicto Irán–Israel ha inyectado incertidumbre en una economía estadounidense aún frágil tras las secuelas del COVID-19,
la guerra en Ucrania y la crisis de inflación de 2022–2023. Las consecuencias
económicas de esta nueva guerra están reconfigurando
el discurso electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2026, y
tensando las relaciones entre el gobierno federal y varios estados.
Mientras tanto, el ciudadano común
comienza a sentir que otra guerra ajena vuelve a sentirse en casa, no
con misiles ni bombas, sino con alzas en el supermercado, ajustes
presupuestarios y un futuro económico cada vez más incierto.
Ramón Ceballo es médico, ex diputado al Congreso Nacional de la República Dominicana, ex secretario de la Comisión Permanente de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, ex vicepresidente del Parlamento Latinoamericano, así como de los foros Parlatino–UE y Parlatino–Paramérica. Es articulista en diversos medios de comunicación sobre política internacional.